Un mundo de pobres y ricos: entre democracia y autoritarismo
«El final de las recientes elecciones de medio mandato en los EE UU resultó muy distinta a como Trump pretendía. No obstante, él continuará en su empeño, a pesar de que cada vez parezca más claro que la realidad le ha abandonado»
No se cumplió el relato que Trump había escrito para sí mismo. Aunque, si se piensa, quizá el texto lo hubieran redactado otros, ya que ... un ricacho que se precie –como él– no puede permitirse la debilidad de ser su propio narrador y amanuense. Tal tipo de multimillonario ha de tener siempre un equipo de gente haciendo lo que se le antoje en cualquier orden y momento. Pero no cabe apenas duda de que la «idea del guion» era suya: colocar a los designados por su dedo magnánimo en el puesto de gobernadores de importantes estados, así como representantes en el Congreso y el Senado, dejando a los demócratas con escasa capacidad legislativa; y a Biden poco menos que maniatado ante ambas cámaras durante los dos años que le quedan de gobierno.
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Los hechos no fueron de ese modo. El final de las recientes elecciones de medio mandato en los EE UU resultó muy distinta a como Trump pretendía. No obstante, él continuará en su empeño, a pesar de que cada vez parezca más claro que la realidad le ha abandonado. Y, si bien no es Trump el inventor –ni posee la patente– de esta clase de autoengaños y falacias, hemos visto cómo el portavoz del PP en la Asamblea de Madrid se apresuró a hablar sobre el fracaso de la manifestación del domingo, lo que los hechos han desmentido absolutamente: vieja táctica esta –por cierto– de los republicanos estadounidenses que, en épocas pasadas, se caracterizaban por proclamar su victoria electoral, sin que se hubiera confirmado aún, o anticipaban la derrota del rival cuando esta no se había producido ni ocurriría después.
Porque no se trata de –prejuiciosamente– condenar a Trump a los infiernos de la insolidaridad por rico; ni de perseguirle o discriminarle por su posición social y económica (como dicen algunos que intentaría hacer nuestro gobierno en España con el impuesto a quienes no se considere lo bastante pobres). El problema de individuos como un Trump o –de otra forma Musk– es que se encuentran convencidos de que la suya es la única verdad. Y peor todavía: que si no lo fuera tampoco importa, puesto que la verdad podría –también– comprarse. Como la gente, las voluntades o determinados medios de comunicación, como el relato de las cosas.
El supuesto triunfo daría derecho a todo. A tomar violentamente el Capitolio si las cuentas no salen a tu favor; a expulsar de tu empresa a más de la mitad de la plantilla si los números no van a cuadrar a fin de mes; o a retirarse estratégicamente para que sea el Estado –tan denostado por los ultraliberales– quien se haga cargo del destrozo ocasionado y pague los platos rotos. Ya que en este desierto blanco y hostil en que se diría que el mundo ha llegado a convertirse prevalece la convicción de que no existe mérito mayor que el de la riqueza, no cabría otra certeza, otra creencia más comúnmente aceptada. Lo que divide irremisiblemente al planeta en ricos y pobres, listos y tontos, triunfadores y fracasados, vencedores y vencidos.
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La moraleja última de lo que ha sucedido en los EE UU es que, cuando este tipo de personajes –que creen tener al mundo a sus pies– se ven contrariados en sus designios o propósitos, recurren indefectiblemente al autoritarismo (sea a través de políticos títeres o lanzándose ellos mismos a la arena pública). Los más inteligentes suelen hacer lo primero: es decir, manejar los hilos de las tendencias globales que les favorecen desde la sombra. Pero, a veces, el narcisismo y las ganas de salir en los medios o ser admirados, empuja a algunos riquillos como Trump a arriesgarse y pasar a primera línea.
No acostumbra a ser tal notoriedad muy aconsejable para desarrollar o mantener la opulencia y prosperidad de tus negocios –y de ello hay suficientes ejemplos dentro y fuera de este país–. Por lo que puede deducirse que alguien como Trump –al contrario de lo que él debe de pensar de sí mismo– ostenta el dudoso honor de acumular dinero: es el más tonto de los ricos y el más fracasado de los triunfadores. Y la encarnación del autoritarismo peligroso o zafio: el que odia y hace odiar; no respeta al adversario y destruye e incita a destruir; el gran enemigo de la dignidad, la libertad y la democracia.
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