¡Muévete!
Crónica del manicomio ·
«Entre las tareas más urgentes que tenemos por delante, destaca el esfuerzo por desprendernos lo antes posible de los restos o síntomas de homofobia o transfobia que nos queden»Los supervivientes de mi generación y ambiente tenemos notorias dificultades para adaptarnos al mundo actual. Al menos a su núcleo más dinámico, el que discurre ... en torno a las redes sociales, los avances tecnológicos y la fluidez del género sexual. Se nos reprocha que reunimos un cúmulo de prejuicios que provienen de ser blancos, de formarnos bajo la normatividad heterosexual y de haber vivido muchos años de postguerra sin demasiados desgastes ni precariedad. Es decir, de haber vivido bajo la comodidad pequeño burguesa en un país que prosperaba económicamente y avanzaba en derechos y libertad.
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De nosotros, lógicamente, sólo se espera, por parte de los más jóvenes o de los más rebeldes, pasividad, incomprensión, nostalgia por un mundo perdido, que consideramos a todas luces superior, y una ideología conservadora puesta al servicio de nuestros privilegios. Es decir, un colectivo dispuesto a no cambiar nada y a resistir plácidamente a lomos de su verdad.
Sin embargo, la inmovilidad no es la mejor receta para alimentar lo que entendemos como armonía, equilibrio o paz interior. Al espíritu de estos tiempos le viene bien el reconstituyente de los cambios y la movilidad. La quietud, casi nirvánica, que predicaba nuestro Miguel de Molinos en el siglo XVIII, quizá inspirado más que por los modos budistas por los aires del Teruel donde nació, no parece una receta saludable para hoy. A la persona de edad se la recomienda encarecidamente que camine y no se apoltrone en el sofá, pero también se le debería aconsejar que sacara sus ideas de paseo y fuera perdiendo los cascotes que se han ido petrificando con el paso del tiempo. Deshollinar la mollera de cuando en cuando es una promesa de salud que conviene escuchar.
Entre las tareas más urgentes que tenemos por delante, destaca el esfuerzo por desprendernos lo antes posible de los restos o síntomas de homofobia o transfobia que nos queden. Sus latidos son inhumanos e injustos. Fuimos educados en un marco moral patriarcal y cristiano, que después se ha llamado, con título malsonante, nada menos que falologocéntrismo, que ha marcado a fuego en nuestros gustos y opiniones una ideología opresiva y odiosa. Es decir, fuimos erróneamente educados. No había entonces otro libro, pero eso no justifica que ahora no mejoremos las lecturas y archivemos aquellos textos que creíamos sagrados.
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La movilidad de los géneros y las orientaciones sexuales que vemos a nuestro alrededor, con sus razones bien sostenidas y también sus excesos radicales, desconciertan a los más inmovilistas y reacios a lo desconocido. Con facilidad nos inclinamos a tacharlo de frivolidad postmoderna o declarar nuestro desinterés y aburrimiento ante una jerga que ni entendemos ni nos molestamos en hacerlo. Pero algo muy profundo se mueve por dentro. Algo que empieza a cambiar nuestro comportamiento y nuestra razón de ser. El mito del 'hombre nuevo' renace otra vez.
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