Una conocida fábula nos habla de la desesperación del Señor de las Tinieblas, quien llevaba siglos intentando acabar con la existencia de los hombres. Había ... provocado guerras y epidemias de todo tipo, pero cuando parecía que lo iba a lograr, al final siempre aparecía un personaje que desbarataba sus planes. Cualquier disfraz le valía: una mano amiga, consuelo, solidaridad, fraternidad. Harto del fracaso continuo convocó en su palacio a los mayores enemigos del hombre y prometió entregar su reino a aquel que le trajese el cadáver del Amor. El primer personaje siniestro que aceptó el reto fue su gran enemigo el Odio. Los años pasaron y, a pesar de que el Odio sembró conflictos, desavenencias y divisiones por doquier, acabó derrotado, porque siempre aparecía el Amor que acababa por arreglar todo.
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El Señor de las Tinieblas redobló su oferta. Fueron otros los que lo intentaron. Por allí pasaron los peores enemigos del hombre: la Desesperanza, el Hastío, la Desidia... Todos lo intentaron y todos regresaron cabizbajos y derrotados. Fue entonces cuando apareció un personaje vestido de negro y con una máscara que le tapaba el rostro. «Yo le traeré el cadáver del Amor», dijo con arrogancia.
Aunque el Señor de las Tinieblas ni siquiera le conocía, le dejó intentarlo. Pasaron años y un día el personaje de negro regresó llevando el cadáver del Amor entre sus brazos. El Señor de las Tinieblas le recibió alborozado e incrédulo. «Te daré la mitad de mi reino pero dime antes quién eres», le preguntó. Aquel personaje se quitó la máscara y con un escalofriante susurro dijo: «Yo, Señor, soy el Miedo».
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