Mirando a Francia
«La aportación del país vecino a la historia moderna es esencial, porque no se podría explicar casi nada de lo que ha ocurrido después sin tener en cuenta el significado de aquella revolución suya de 1789»
Si hacemos un somero repaso de nuestra historia, la reciente y la no tan reciente, una buena parte la hemos pasado mirando a Francia. Cierto ... que no siempre con la misma mirada: unas veces la hemos mirado con deseo y hasta con admiración y envidia; otras con recelo y hasta con enemistad y animadversión; otras con perspectiva contradictoria.
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Un profesor de Historia que tuve en el lejano bachillerato nos decía, al explicar aquellos episodios que entonces se conocían como la 'guerra de la independencia' frente a la 'invasión francesa', que, a la vez que el pueblo llano peleaba frenéticamente contra los soldados de Napoleón para expulsarles de nuestro suelo, los próceres reunidos en Cádiz, ideológicamente afrancesados, preparaban una Constitución que, a su manera, acogía las ideas que aquellos soldados traían en la mochila, que no eran otras que las de la Revolución francesa y la Ilustración, muy matizadas, ciertamente. Añadía, incluso, que más nos hubiera valido asociarnos a esas ideas con más firmeza y durante más tiempo, que tal vez hubiera cambiado nuestra historia y quizá hubiéramos evitado acontecimientos tan dolorosos como los que luego conocimos. Así lo habían hecho en otros sitios, que habían hecho compatible el rechazo a los invasores y la aceptación de sus ideas, y consiguieron entrar en la modernidad económica, política, jurídica, social y cultural con notable ventaja.
Seguramente no estábamos en condiciones en aquel momento de comprender la hondura de la reflexión de aquel excelente profesor ni todo lo que tenía detrás, pero yo reconozco que la explicación se me quedó en la mente, que luego le he dado muchas vueltas y que hace ya mucho tiempo que me convencí de que el profesor tenía razón, a medida que he ido profundizando en el conocimiento de nuestra historia y en su turbulenta evolución durante los dos últimos siglos.
Así que lo reitero: hemos mirado mucho a Francia. Reconociendo que su aportación a la historia moderna es esencial, porque no se podría explicar casi nada de lo que ha ocurrido después sin tener en cuenta el significado de aquella revolución suya de 1789 y su influencia en todos los ámbitos de la vida social, especialmente en Europa y en su configuración actual. También lamentando que, durante tanto tiempo, estuviera por allí arraigada la idea de que lo que había a este lado de los Pirineos no era Europa, sino otra cosa, otro mundo en el que sus señas de identidad (una república centralista y laica) eran, y aún lo son, objeto de permanente diatriba. En ese tiempo, Francia era el país que se había liberado de la ocupación alemana y había ganado la guerra junto a los aliados, el país donde estaban tantos exiliados y emigrantes que se fueron de aquí, donde se podían ver películas que aquí no llegaban, donde se editaban y vendían libros que aquí no se podían leer. Por suerte, muchas cosas han cambiado y hoy ambos pertenecemos al mismo club, y muchos de los problemas que hoy nos afectan constituyen ya retos comunes, aunque sigamos teniendo diferencias importantes en muchos aspectos.
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Valga esta atropellada referencia a nuestros vecinos del norte para entender el interés que despertó el reciente proceso electoral a dos vueltas que tuvo lugar allí para elegir al Presidente de la República. Y no sólo por la influencia objetiva que se le reconoce en los asuntos comunitarios; también, esta vez, por la trastienda política que tenía la elección, por los contendientes finales en la segunda vuelta y por la relativa incertidumbre que se instaló al ver los resultados de la primera. Finalmente, Macron obtuvo el 58,5% de los votos y Le Pen el 41,5%. Hace tiempo, Marx y Engels encabezaron el manifiesto Comunista de 1848 con aquella famosa expresión de «Un fantasma recorre Europa», refiriéndose a la revolución proletaria que adivinaban. Se podría decir ahora que «Un suspiro de alivio recorrió Europa» el pasado domingo, cuando se conoció el resultado, pues había prevención al respecto. Y lo que ha ocurrido luego es que se ha instalado una extendida complacencia, como si no hubiera mucho más que analizar que el dato final. Ganó el centrismo liberal; sigue Macron, sigue Europa, todos tranquilos, no pasa nada.
Y vaya si ha pasado. Lo primero de todo, que la participación, que en las elecciones presidenciales venía estando por encima del 80%, esta vez no llegó al 72%, con lo que hay que remontarse a la Francia replegada tras el mayo del 68 para encontrar una participación menor del 70% en las presidenciales de 1969. Luego, que Macron ganó entre los muy jóvenes, por poco, y entre los muy mayores, por bastante; pero en la amplia franja que va de los 25 a los 60 el voto está repartido, con tendencia más favorable a Le Pen en la zona más joven de esa franja. También que Le Pen mejoró su voto entre las mujeres, pasando del 32% en 2017 al 41% ahora. Y que Macron tuvo ahora casi dos millones de votos menos que en las anteriores y Le Pen tuvo casi tres millones más, porque en 2017 el ganador tuvo el 66%, ahora el 58%, y la aspirante tuvo el 34%, ahora el 41%. Y, en fin, que los dos grandes partidos de Francia hasta hace nada, el republicano y el socialista, a los que pertenecían los líderes más reconocidos, desde Chirac a Sarkozy, desde Mitterand a Holande, ya no están; no es que sus candidatos hayan tenido un mal resultado, que también (el 4,8 y el 2,1%, respectivamente) simplemente que ya no están. El único candidato que se acercó a los ganadores de la primera vuelta, y a punto de pasar a la segunda, Melenchon, lo era de un grupo, Francia Insumisa, orientado a la izquierda, pero poco homologable con los partidos clásicos, hasta el punto de que su voto de la primera vuelta se distribuyó en todas las direcciones (según los análisis, 20% a Le Pen, 40% a Macron, 40% a la abstención).
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Este es, pues, el panorama resultante, que alguna relación quizá tenga con el sistema de doble vuelta, pero que tiene mucho más trasfondo por la tendencia, un tanto preocupante, que pone de manifiesto. Es cierto que la doble vuelta, que tiene la ventaja de que refuerza al finalmente elegido, tiene también algunos equívocos. Seguramente hace que el voto de la primera vuelta sea un tanto ligero, ya que no se le ve como definitivo; y hace también que en la segunda vuelta haya un porcentaje importante de voto negativo, que se otorga sin convicción a uno de los dos aspirantes para que no gane el otro. Alguna vez se ha defendido ese sistema por aquí pensando en las alcaldías, ya que solo tiene sentido en elección unipersonal y no en sistemas proporcionales de voto a candidatura y no a persona concreta. Por lo dicho, yo me lo pensaría.
Así que entiendo y valoro el alivio que recorre Europa. Pero la realidad es mucho más compleja. Todo apunta a que hay corrientes de fondo, fruto de un malestar social acumulado, que presionan hacia los extremos y que se van extendiendo también por Europa. De momento, en Francia, se impuso el centrismo moderado, entre otras cosas, porque hay segunda vuelta. En la primera, Macron tuvo el 27%, Le Pen el 24 y Melenchon el 22. Prácticamente en un puño. Y esa es la verdadera realidad.
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