A título de ejemplo. Hablemos de palomares
Bastaría con aplicar el método de 'prueba y error', eliminar regulaciones innecesarias, cuando no abiertamente dañinas, y dejar las cosas como han estado durante siglos
Han pasado más de cuatro siglos, pero hoy el propio Alonso Quijano lo tendría complicado para esa 'añadidura' dominical sin antes rellenar formularios, acreditar la ... trazabilidad del grano y llevar al palomino a un matadero homologado a 50 kilómetros. No siempre el mundo mejora.
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Tierra de Campos es quizá la expresión más real del constructo político-administrativo que es la Comunidad Autónoma de Castilla y León. De allí es Manuel Fuentes que fue alcalde de la ciudad más bella de los antiguos Campos Góticos, Medina de Rioseco (ciudad, sí, aunque solo tenga 5.000 habitantes). Luego fue procurador en las Cortes regionales y, entre otras muchas cosas, defendió en 1984 una proposición no de ley, aprobada por unanimidad, para que se declarase a los palomares de barro construcción a proteger por la legislación de patrimonio histórico-artístico… así como la cría de la paloma.
En mi remota infancia rural había dos palomares en funcionamiento en la finca familiar. Los jueves de verano, con el alba, los primos mayores subíamos por los muros circulares del palomar, como quien escala un templo pagano, y ayudábamos a cazar pichones. Algún día llegábamos a los cuatrocientos. No había entonces impresos, ni permisos, tampoco habíamos oído hablar de 'trazabilidad'.
Pero los palomares empezaron a ser primero ignorados, después abandonados y finalmente declarados bien etnográfico protegido, que a veces se convierte en una categoría necrológica, paso previo a la ruina definitiva. A algún alma bienintencionada, y algún rábula que en Bruselas, Madrid o Valladolid quería justificar su puesto, se le ocurrió que, para proteger los palomares, había que regular su actividad hasta prohibir su uso. Al menos en la práctica.
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Aquí empieza la odisea. La finca en cuestión, un cercado de nueve hectáreas, fue en tiempos una granja, ahora llamada explotación agropecuaria, en que convivían vacas, ovejas, gallinas, patos, y hasta pavos; caballos, perros y gatos, y dos burros. Hoy, si uno desea tener un palomar en explotación debe tramitar un permiso especial, un Rega (registro de explotación ganadera) de la comunidad autónoma, rellenar impresos que requieren la ayuda de una gestoría y esperar semanas, cuando no meses, a que llegue la concesión. Pero una vez obtenido el anhelado permiso, uno queda condenado a la monocultura: solo palomas. No puede haber vacas, ovejas ni gallinas. Porque si uno quiere criar palomas, no puede criar más que palomas. Necesitaría otro Rega, más difícil de obtener que el primero. El legislador, como se ve, no es amigo de la promiscuidad ganadera, ni sabe lo que ha sido una granja desde que el hombre pasó de nómada cazador a sedentario recolector.
Y no termina aquí el vía crucis. Los pichones, que antaño se cazaban a mano y se vendían en la plaza o se llevaban vivos para el tiro — donde las palomas no eran símbolo de paz sino de puntería—, ahora deben ser sacrificados en mataderos acreditados. El más cercano está a más de cincuenta kilómetros, suficientes como para que el viaje arruine al palomero antes de empezar.
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Todas estas normas se han ido aprobando después de que las Cortes de Castilla y León proclamasen que el palomar de barro es un bien a proteger, una de esas buscadas 'señas de identidad', a ser posible diferenciales, que debe tener toda región que se precie. Y uno no puede sino admirar la audacia: declarar patrimonio lo que se impide practicar. Y mientras tanto, en la Tierra de Campos, el viajero atento puede ver, a derecha e izquierda, esqueletos circulares o cuadrados de adobe, como cicatrices de un tiempo en que las palomas vivían, comían y morían sin saber que un día serían 'culturales'.
Por si fuera poco, la última ocurrencia es que para vender pichones hay que construir un voladero. Un recinto amplio, suficiente para que puedan volar las palomas en semilibertad. Ya no se alimentarán en el campo. Habrá que comprar grano, cuidadosamente etiquetado y bajo estricto control del funcionario de turno. Porque si a las palomas se les deja volar –como toda la vida de Dios– no se puede garantizar la 'trazabilidad' de su dieta.
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Antes, cuando los gobernantes se abstenían de legislar hasta el último rincón del corral, el único día en que se alimentaban las palomas a mano era durante la veda: se cerraban las troneras de los palomares para que no salieran al campo, no fuese que algún escopetero se las tomara por liebres. Era todo el control sanitario que necesitaban. Y funcionaba.
Miguel Delibes escribió que «el campo no aguanta muchas bromas». Pero no parece que nuestros gobernantes estén de acuerdo. Y aquí estamos: rodeados de normas europeas, nacionales y autonómicas que declaran el amor por el campo mientras lo vacían, y de discursos que protegen tradiciones que solo conocen por PowerPoint.
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Y todo esto ocurre, no lo olvidemos, en el mismo país donde cada semana se celebra un congreso, una jornada o un foro solemne sobre la 'España vaciada', la revitalización del medio rural y la urgente necesidad de fomentar la economía local. Mantras que se repiten con unción religiosa mientras se legisla con bisturí de autopsia.
La recuperación de los palomares de barro no resolvería sin más los problemas del mundo rural, pero lo he señalado como muestra de cómo se toman medidas que hacen más mal que bien. Bastaría con aplicar el método de 'prueba y error', eliminar regulaciones innecesarias, cuando no abiertamente dañinas, y dejar las cosas como han estado durante siglos cuando los palomares y las palomas formaban parte del paisaje y ayudaban a vivir al paisanaje.
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