De la tradición y sus demonios
«Traducción literal del alemán de un lema nacionalsocialista, «Blut und Boden» (sangre y tierra), pone su énfasis en la defensa de una raza y un territorio y se une «tradición», para que no haya duda de la verdadera intención de la frase»
«Sangre, suelo y tradición». Éste fue uno de los lemas que, exhibidos en pancartas o coreados en grupo, repitieron los participantes en la manifestación ... ultranacionalista de hace un par de semanas en Madrid. Sin embargo, el motivo del «desfile» ante el Congreso de los Diputados, que terminó en la calle Ferraz, se suponía centrado en la lucha «contra la impunidad de los políticos corruptos». Nada más ni nada menos, si bien tal frase expresa un anhelo bastante compartido y políticamente convencional. Algo que atañe a muchas personas, hartas e indignadas respecto a un sistema de corrupción que parece endémico en España. No ocurre así con la otra locución: aunque pueda aplicársele una interpretación irónica o jocosa, mejor haremos si la tomamos perfectamente en serio.
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Pues cabe la opción de que «sangre» suene a violencia o trifulca; «suelo» a inversión o especulación inmobiliaria; y «tradición» a los productos típicos que se compran o venden. No obstante, la expresión no es inocente ni casual. Traducción literal del alemán de un lema nacionalsocialista, «Blut und Boden» (sangre y tierra), pone su énfasis en la defensa de una raza y un territorio. A lo que se añade el término «tradición», para que no haya duda de la verdadera intención de la frase. Ya que la utilización de ese concepto no constituye tampoco nada ocasional. Se trata de una palabra poderosa o, según decía el maestro Julio Caro Baroja de vocablos como éste, una «sombra equívoca». Y que, hoy, ha venido a convertirse en una seña de identidad de todas las ultraderechas del mundo. De modo que se debe reflexionar sobre el uso de dicho término por varias razones, cual sería -entre otras- su evocación de posiciones ideológicamente reaccionarias; así como la reducción de la palabra «cultura» (si se trata de describir a la que se desenvuelve en medios rurales) a uno solo de los aspectos que actúan en ella, consistente en la transmisión o entrega –'traditio'– de conocimientos.
Porque la tradición no reside tanto en un contenido, en aquello que se hace o se dice, sino en cómo se dice y hace. Error éste, de entenderla como artefacto u objeto, muy frecuente a derecha e izquierda, dándosele a la idea de tradición una entidad que, en realidad, no tiene de por sí. Y un carácter o marchamo de 'producto' que se comercializa, museifica y almacena. Aunque –al margen de esa apariencia positiva– resulte aún más grave que, en muchas ocasiones, «tradición» sea una palabra utilizada como etiqueta que prepara y señala a saberes, creaciones o expresiones culturales de los grupos humanos para su inminente liquidación; para que pasen a engrosar el número de aquellas cosas que 'sobrarían' en nuestra vida actual.
Por ello, se vuelve tan necesario -a estas alturas- identificar la trampa, proclamando la perversión de esa invención con sus demonios. Tan necesario como hacer un ejercicio de 'deconstrucción' del término «tradición», no tanto como crítica (que también), sino –sobre todo– a modo de advertencia respecto al hecho de que sacralizar como «tradicional», es decir, «tradicionalmente étnico» y «típico», a algo o alguien, no sirve -a veces- sino para retirarlo al museo de las reliquias y la taxidermia cultural; así como para declarar su desaparición de la contemporaneidad por parte de los poderes establecidos, que determinan –en cada momento– cuál ha de ser la cultura hegemónica. Y para manipular las tradiciones política e ideológicamente.
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Ya que «lo tradicional», identificado antaño con el folklore, ha sido a menudo caracterizado con las marcas de lo rural, oral y antiguo. Si no las tenía, no se podía considerar a un ítem «cultura tradicional» o «folklore». Y no era cierto. Pues el folklore, que ha sido definido por autores como Ben-Amos en cuanto «la comunicación de la cultura en pequeños grupos», va unido inseparablemente al lenguaje y es, más que nada, un código creativo. Por lo que verlo como un código central en la conformación colectiva de todas las culturas, en cualquier época, terminaría por «liberar al folklore de la carga de la tradición». Y constituiría una forma muy contundente e incruenta de dejar a los fascismos sin argumentos.
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