La tiranía de los 'clics': una pesadilla futura y presente
«Traen una separación creciente entre campos y ciudades, pueblos y metrópolis, jóvenes y viejos, ricos y pobres, poderosos y miserables, países y países, zonas y zonas de la tierra. Un mundo aún menos justo »
Se aproximan las elecciones y parece que arrecia la lluvia de obras por terminar: hay que darse prisa para que los comicios no pillen a ... los ediles sin inaugurar algo. Es el caso de Valladolid, en donde son pocos los nuevos túneles –de la veintena de ellos previstos– que estarán acabados para el mes de mayo, pero alguno caerá. Y, si no, como ocurre en la Ciudad de la (in) Comunicación, siempre podrá bautizarse algún parquecito –totalmente prescindible–, entre calles que se van atiborrando de coches; mientras en los descampados colindantes acontece el milagro: dos grandes parcelas municipales (descuidadas y sin vallar) muestran –con el advenimiento de la primavera– la consolidación de bosquecillos de varios chopos, cuatro pinos y unos pocos saúcos en flor. Típicos caprichos naturales que contravienen –en solares no destinados para ello– el propósito urbanístico de trazar aparcamientos o, con mucha suerte, cualquier otro costoso jardín artificial, por lo que los árboles que vemos no tardarán en ser arrasados.
Publicidad
Todo sea para dejar –de una vez– «enterrado el soterramiento» y a quienes se empeñan en seguir defendiendo la conveniencia y necesidad de llevarlo a cabo. Entre los cuales se encuentran antiguos militantes y cargos del PSOE, que amagan con crear un partido que centre su propuesta electoral –justamente– en ese proyecto. Y que, como Cecilio Vadillo, han tildado de «locura» este despliegue de agujeros y pasarelas con que se pretende remendar, más que coser o solventar, la herida del ferrocarril que todavía –y no se sabe por cuánto tiempo– continuará separando en dos mitades la urbe. Así que nadie vaya a firmar ante un notario que realizará tal «magna obra», porque –después de lo ocurrido con el último alcalde– nadie lo querrá creer.
Son ya treinta y tantos años los que la capital vallisoletana lleva aguardando el 'clic' que ponga en marcha la transformación que más de un munícipe anunció como «irrenunciable». Y ahí seguimos: en el 'cloc'. «Esperando –según dice un aviso publicitario del ayuntamiento de la capital de España– que se construya el Madrid (o Valladolid) que viene». Para –después– añadir: «Gracias por esperarlo. Haz clic e infórmate sobre las obras en marcha y sus incidencias». Y Almeida, convertido en «hombre-bala» (sin cañón), se lanzó desde una cama elástica con riesgo tanto de su dignidad como de su vida: «Seremos fascistas, pero sabemos saltar».
¡Ah! El 'clic', los 'clics' del presente. Un banco de los grandes de la nación también hace propaganda de las ventajas tecnológicas a golpe de 'clic': «Te ayudamos a hacer el clic. La tecnología nos hace avanzar y disfrutar de muchas comodidades. Ha llegado la hora de hacer el clic y conectar con tu banco». El eslogan va acompañado de unas imágenes de dos personas mayores con ropa vaquera y aspecto jovialmente «guay», a pesar de sus canas, delante de un ordenador. Se trata de la misma entidad bancaria que cobra por trimestre una «pasta» a sus clientes si no tienen domiciliada la nómina o efectúan una serie de ingresos. Y que, como otros bancos, insiste a los «viejecitos torpes» –a través de los propios empleados que irán despidiendo– para que realicen sus operaciones digitalmente, sin tener que recurrir a que alguien los atienda.
Publicidad
Luego nos criticarán, desde dichos entes u otras instituciones por una excesiva credulidad en la práctica del 'clic' que puede conducir a la estafa y pérdida de los ahorros de toda la existencia. Pero, para ingenuidad, la de esos gobiernos que presumen de progresistas y se han rendido a la tiranía tecnológica, con el consiguiente descrédito para la izquierda, abocándonos a un mundo cada vez más desigual. Puesto que el globalismo ha envuelto el «kínder» del neocapitalismo despiadado en «huevos» de brillantes e innovadores tonos. Cuando la tiranía de 'clics' o 'clocs' traen –en muchas ocasiones–, con su inevitable brecha tecnológica, una separación creciente entre campos y ciudades, pueblos y metrópolis, jóvenes y viejos, ricos y pobres, poderosos y miserables, países y países, zonas y zonas de la tierra. Un mundo aún menos justo. Una humanidad, ya, penosamente mejorable.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión