The greatest showman': Trump como vendedor de humo
«Trump ha pretendido coronarse como una especie de reyezuelo pacificador frente el mundo...»
Todo lo que ha ocurrido últimamente nos muestra que no hay que subestimar a Trump como great showman, archimago de los engaños y vendedor de ... humo. Es alguien peligroso, porque domina las artes del entretenimiento y del espectáculo global. Un ilusionista que busca –y, a menudo, lo consigue– mantener a la gente embobada con una sucesión de anuncios y pseudonoticias o fakenews. Su estrategia consiste en que la espectacularidad de que gusta rodearse apenas decaiga; y es que se trataría de llamar la atención a toda costa, con tal de acabar siempre en el centro de la escena. Esta vez, valiéndose de un supuesto 'plan de paz' para Gaza, lo volvió a hacer. A lo grande. Y lo ha hizo en el momento justo, cuando ya no se podía soportar más la situación de masacre indiscriminada, allí sostenida por el gobierno de Netanyahu.
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Así, Trump ha pretendido coronarse como una especie de reyezuelo pacificador frente el mundo, reuniendo –a modo de claque– a una serie de gobernantes internacionales a los que, más que saludar, ha pasado revista (como si fuera un general ante su tropa). Y le dio la vuelta al calcetín, presentándose como el gran solucionador del problema, merecedor –según él– del Nobel de la paz. Lo cual, además de grotesco, resultaría hasta divertido si no fuera un asunto tan grave. Porque, mientras tanto, han muerto cerca de 80.000 personas, en su mayoría ajenas al terrorismo salvaje de Hamás (y, en cierta manera, víctimas o también rehenes de tal organización); y porque, tras esta apariencia de 'pax romana' en Oriente Medio –que, en realidad, no constituye sino un 'alto el fuego' de dudosa continuidad–, hay un truco que no debe escapársenos: quienes la han muñido son los mismos que –hasta hace unas semanas– impulsaban con sus decisiones o apoyo la muerte de tantos inocentes.
Y han acordado entre ellos esa paz –cuando les era conveniente o, quizá, no les quedaba otro remedio–, para ponerse las medallas por dejar de matar. Pues podían haberlo hecho treinta o cincuenta mil muertos antes, pero no lo hicieron. Ni les preocupaba. Hay quien se ha permitido asegurar, aquí, en nuestros lares, con una frase de resonancias inequívocamente franquistas, que «la guerra ha terminado». Y que, por ello, los que se oponían a la matanza en Gaza deben de estar frustrados, ya que no les queda sino renunciar a su activismo. Pero pensar así –y atreverse a decirlo– falta a la verdad. ¿Qué guerra? Que un ejército arrase una ciudad y casi extermine a su población es algo que, en los conflictos bélicos, ocurre demasiado frecuentemente, aunque no justifica que la guerra sea eso ¿Qué es lo que se supone que ha terminado? ¿Las municiones para asesinar a tanto niño indefenso? ¿La paciencia del mundo presuntamente 'civilizado' para aguantar semejante barbarie? ¿El estómago suficiente para tragar que tanta sangre salpique a los despreocupados televidentes, desde el mantel de las sobremesas occidentales? No. El conflicto no se ha acabado. Por desgracia.
Lo que han percibido los 'salvapatrias' y 'salvamundos' es que la brutal devastación aplicada contra los gazatíes empezaba a volverse en su contra en un montón de países y ciudades. Por lo que tocaba parar. Había un riesgo de que la gente llegara a despertar: de que se negara a mirar para otro lado o no estuviera dispuesta a seguir creyendo en un sinfín de manipulaciones. Y, en efecto, ¡ay! qué lástima, ¡ay! qué pena, hay que seguir dormitando hasta que la panda de desalmados que gobiernan el mundo -y se lo pueden permitir, pues sus ejércitos son los más poderosos de la tierra- decidan entretenernos con algún sobresalto más.
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Lo preocupante es que el próximo 'numerito' bien puede ser el del apocalipsis; y que al gran prestidigitador de turno no le importe lo que suceda, con tal de ser él quien esté en medio de todo y tenga el privilegio de apretar el botón para que el espectáculo continúe... Eso sí, sus partidarios y seguidores nos lo anunciarán palmeando regocijados, como en un viaje sin retorno hacia la nada (¿acaso no lo han hecho ya antes cuando su 'jefe' nos freía a aranceles y amenazaba a España?): «Próximo evento y última parada: el fin del mundo».
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