Noviembre, un vacío emblemático
«Nuestro país afronta no únicamente los problemas derivados de esa tensión global, sino también un cúmulo de viejos conflictos internos»
Las manifestaciones en la calle Ferraz –motivadas por la problemática amnistía de los independentistas catalanes implicados en los sucesos de noviembre del 2017– han ... dejado sensaciones inquietantes y ciertas imágenes paradigmáticas. Una de las más significativas, que se ha repetido durante las noches que duró la protesta, sería aquella de la enseña bicolor del reino de España con un agujero en el centro. Es decir, con el recorte del escudo que representa tanto a la Corona como a la Constitución vigente. Y que, más allá de la traducción obvia de tal troquelamiento en cuanto a rechazo de la una y de la otra, puede interpretarse como una ausencia altamente simbólica; o la expresión de la herida en el 'sentimiento patriótico' que aflige a determinados sectores de la ciudadanía de esta nación.
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Claro que –igualmente– cabría especular que esa alegórica mutilación de la propia bandera constituye la plasmación de la exasperada agresividad de un patrioterismo huero; e incluso suponer que dicho boquete funciona como metáfora de la división y ruptura respecto a los símbolos que habrían venido encarnando el auténtico corazón de la unidad del país hasta ahora. En cualquier caso, la impresión que causaba semejante orificio en la insignia nacional era bastante desoladora: como si se correspondiera con un roto o un hueco que –de algún modo– nos concierne a todos nosotros; a nuestra identidad colectiva y nuestro sentido de pertenencia. Se diría que ese pavor ante el vacío, finalmente, ha hecho reaccionar a más de uno. Y, así, dentro de la derecha menos exaltada, se empezarían a apreciar tentativas para resituarse. No se desaconseja abiertamente que el personal acuda a las manifestaciones que crea pertinente, pero se da a entender que mejor si sólo se va a las convocadas por el PP; porque la oposición –a partir del momento en que se ha formado un nuevo gobierno– ha de ser, sobre todo, de partido e institucional.
Y es que recursos con que desarrollar una fuerte contestación de esa índole no les faltan –precisamente– a los populares, dado que (además de controlar el Senado) gobiernan en no pocas Comunidades Autónomas e importantes capitales provinciales; si bien ello tampoco bastará para conseguir el poder en el futuro, si no se acierta a captar en los diversos territorios el voto del centro-derecha. Estrategia que, casi imperceptiblemente, parece descollar en los últimos movimientos en la cúpula de la formación conservadora; donde los recientes cambios apuntarían –por debajo de los nombres, las caras y las grandes palabras– a un discreto viraje táctico por parte del PP: desde las marginalidades antisistema de las que tan cerca se encuentran algunos compañeros de viaje a la centralidad buscada por todos los partidos que aspiran a gobernar. Sánchez, por otro lado, ha vuelto a la resistencia, rodeándose de un entorno combativo y leal que se diría diseñado para blindar su inestable mayoría.
En un momento por tantos aspectos perturbador, como el que vivimos, más pronto que tarde se precisará que alguien o algo (un líder, una agrupación política o un conjunto de ellas) transmitan serenidad y confianza a los votantes; no lo contrario. No la frustración, la rabia, el desacuerdo y el resentimiento. Puesto que el mundo se halla en un instante convulso y difícil; mientras que nuestro país afronta no únicamente los problemas derivados de esa tensión global, sino también un cúmulo de viejos conflictos internos: la polarización entre bloques, los desequilibrios territoriales, la pugna entre los distintos poderes e instituciones del Estado, la creciente desigualdad entre ciudadanos, entre los cada vez más pobres y los cada vez más ricos; así como el resurgir de antiguos odios o revanchas. Lo que menos se necesita es una eclosión de agitadores, de cabecillas que aticen el fuego de la separación, de los recelos y de las diferencias. Hay que sanar y consensuar; coordinar y creer en un proyecto común; reparar de una vez el agujero emblemático de la bandera: ese vacío abierto en el justo centro de la vida pública o del ámbito de relación entre leyes y política; en el medio mismo de la idea de patria...
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