Santiago Abascal (i), junto al presidente de Argentina, Javier Milei (d), en la convención política de Vox celebrada en Madrid el pasado mes de mayo. Rodrigo Jiménez / Efe
Opinión

Globalización y ultranacionalismos

«Los nacionalismos excluyentes son hoy, sin embargo, empresas multinacionales. Y se disputan entre sí las franquicias que más éxito planetario obtienen para acogerse a ellas»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 14 de septiembre 2024, 08:37

La reunión, party o guateque auspiciado por Milei en Argentina con el patrocinio y participación de Abascal ha venido a demostrar –una vez más– la ... gran paradoja del postfascismo: que los nacionalismos excluyentes son hoy, sin embargo, empresas multinacionales. Y que se disputan entre sí las franquicias que más éxito planetario obtienen para acogerse a ellas. Por lo que se me disculpará que hable del tema en cuestión desde una clave mundial, ya que ciertas cosas no se entenderían si no fuera por las consignas de cada momento que, a modo de tendencias o eslóganes para vender, se van pasando unos a otros –según la 'cadena' a que pertenecen–: por ejemplo, la ruptura de Vox con el PP en las autonomías donde cogobernaban –como ésta de Castilla y León– a cuenta del asunto migratorio.

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Y es evidente que en eso coinciden todos, pues saben de la gravedad de los hechos y que alarmar respecto a posibles invasiones de extranjeros obtiene réditos inmediatos en las urnas. No obstante, examinados los líderes uno a uno, no parece que tengan mucho que ver Milei y Abascal ni por su procedencia, ni por su formación, ni por sus ideas económicas, ni por su talante. Tampoco por su estética y tácticas publicitarias. No veo a Milei, así, haciendo de gaucho en sus spots –él es más de chaqueta de cuero, como Ayuso–; y Abascal sí que protagonizó, en sus inicios como líder de Vox, un video promocional de su partido donde cabalgaba por los campos de España con una serie de acompañantes, al más puro estilo Curro Jiménez. No se ha vuelto a repetir semejante imagen, algo evocadora de una hipotética reconquista del territorio, a pesar de que a líderes regionales como García Gallardo esa onda cidiana no les pillaba tan lejos –ni por orígenes geográficos ni por espíritu combativo contra el 'infiel' Sánchez–. Pero, para su disgusto, el burgalés tuvo que pasar a la reserva sin deleitarnos con alguna performance similar. Si bien todavía hay tiempo, porque en nuestra Comunidad –a pesar de que se detecta un cierto regocijo de los líderes del PP por su marcha– todavía queda partido que jugar entre derechas y derechas. Más ahora que Tudanca está –para algunos– caducado como líder del PSOE regional y, dependiendo de quien ocupe la silla que ya han empezado a moverle desde Ferraz, el panorama de la pugna entre derecha e izquierda puede cambiar. O para que las derechas ensanchen sus expectativas o para todo lo contrario.

De cualquier manera que se mire, habrá que reconocer que los movimientos de la actual corriente ultraconservadora suelen identificar acertadamente los problemas y se basan en el descontento que ellos generan para propagarse; pero yerran absolutamente en la solución. Ésta sería –de acuerdo con sus planteamientos– «volver a lo de antes». Un antes que ni existe ni existirá. Un ayer irrecuperable; y que idealiza todo lo anterior: hasta la etapa de la dictadura franquista, en el caso español, el fascismo de Mussolini en Italia, y la Alemania nazi. Lo que es –históricamente– una barbaridad. En el marco de los EE UU, resulta bastante claro que Trump –cuando estuvo gobernando– ya fracasó en el intento de lograr ese nostálgico «regreso al pasado». Porque, si lo que él pretendía era retornar a un estado pretérito del país y devolver al proletariado blanco y depauperado de los cinturones industriales su poder adquisitivo y antiguo bienestar, no cabe duda de que nada de esto ocurrió. Ni va a ocurrir.

Pues el mundo ha cambiado de una forma que no admite vuelta atrás. Si, de otra parte, lo que se perseguía, una vez comprobados los muchos efectos indeseados de la globalización, era frenar o reconducir algunas de sus más perjudiciales consecuencias, tampoco puede decirse que Trump y su camarilla de seguidores presenten indicios de ir a conseguirlo o –incluso– de continuar pretendiéndolo. Y es que la alianza de Trump con Musk denota que el hecho de que aquél elogie y abrace los postulados del rey de la manipulación global significa, más que una estrategia, una renuncia: el reconocimiento de que sólo el negocio importa. ¿O acaso alguien esperaba de los agitadores de odio otro propósito que el del propio interés?

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