La cultura más allá del campo de batalla
«Es la ultraderecha la que, repetidamente y por vía de sus líderes o voceros, ha explicado cómo se encuentra comprometida a escala planetaria en una 'guerra cultural', justificando el gastar todo lo que haga falta para ganarla»
El nuevo ministro de Cultura viene declarando en distintos foros –y desde el momento de tomar posesión de su cartera– que el propósito de la ... formación política a la que pertenece es «levantar la bandera de la cultura frente a la censura y el miedo». Ya aseguró Urtasun, en aquel mismo instante, que el Ministerio del cual es titular debe convertirse en «una expresión de la pluralidad de España»; y que, en ese sentido, la cultura ha de resultar clave para combatir a la extrema derecha mediante la defensa de valores como el de la «multinacionalidad». En la participación del ministro en una reunión de la ejecutiva de Catalunya en Comú, Urtasun ha afirmado –para no dejar lugar a dudas respecto a tal postura– que asume esta responsabilidad con «convicción y motivación»; pero también siendo consciente del contexto complicado en que nace el nuevo Gobierno, con «una subida de la derecha y la extrema derecha en muchos países de Europa y del mundo».
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Por supuesto que no tardó en producirse una rápida contestación por parte de los artilleros mediáticos del otro lado: bien preguntando algo retóricamente «qué es cultura para Urtasun»; bien con bulos como que el neófito ministro pretende «trocear el Museo del Prado»; bien rasgándose las vestiduras porque un representante ministerial anuncie sin ambages que luchará con las simbólicas «armas» que tenga a mano para facilitar un acceso igualitario a la cultura e impedir que sea utilizada para promover la regresión y la intolerancia. Sin embargo, es la ultraderecha la que –repetidamente y por vía de sus líderes o voceros– ha explicado cómo se encuentra comprometida a escala planetaria en una «guerra cultural», justificando el gastar todo lo que haga falta para ganarla. Lo que –de por sí– implica una concepción bastante desenfocada de lo que es cultura (o de qué se quiere decir cuando se emplea este vocablo); ya que se asume como cosa indiscutible que consiste en poco más que una herramienta de persuasión o imposición por cuya posesión conviene pelear armados hasta los dientes; y yendo a esa guerra todo lo «dopados» –con dinero público– que sea posible .
Unas y otras posturas denotan –de diversos modos– que el concepto antropológico de cultura no ha calado aún suficientemente en este país. Pues no es que la aproximación a lo cultural no resulte importante para salir victoriosos en el campo de batalla ideológico: lo es y mucho. Pero lo que de verdad cuenta es la concepción que se tiene de aquella y no tanto la cultura propiamente dicha. La definición que se da de la misma en la antropología contemporánea nos indica cómo cultura es un término que alude al conjunto de conocimientos, expresiones, creencias y reglas que constituyen la cosmovisión de una comunidad; o son transferidos por y dentro de esta como parte de la especial característica de los humanos que nos hace serlo cabalmente.
Por lo que no parece adecuado identificar «cultura» sólo con lo que fue visto, a lo largo de la historia de Occidente, como Cultura (con mayúsculas), Gran o Alta Cultura; ni concebirla como un escenario de combates, al estilo de los que mantienen las empresas para que su marca prevalezca. Cierto es que la manipulación de las tradiciones o la promoción de determinados estereotipos –hacia fuera y hacia dentro– suelen tener bastante de ello; pero la cultura, antropológicamente entendida, engloba muchos más aspectos: de la creación del lenguaje o el arte a la transmisión de cualquier clase de saberes.
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Para calibrar la trascendencia que esta visión antropológica de la cultura ha de suponer en la lucha contra los prejuicios, la xenofobia o la involución social, económica y política, nada mejor que inspirarse en el papel que la antropología jugó en el periodo de entreguerras en un país como los Estados Unidos. Gracias a ella y –en concreto– a la renovación sobre las ideas de raza, género y sexo que impulsó el 'círculo de Boas', pudo influirse decisivamente en la opinión pública acerca de tales asuntos y frenar el avance de los fascismos y las estrategias de odio en el mundo. Ya que esa es la única batalla que vale la pena: la de la democracia y la libertad.
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