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Como ya les he dicho en anteriores ocasiones, siempre he sido el típico que deja las cosas para el último día y la ultima hora. ... Desde la preparación para los exámenes, a cualquier situación del día a día que se puedan imaginar. Y será por eso por lo que me llaman mucho la atención aquellas personas que antes de irse a la cama son capaces de «hacer la silla», como realizan cada tarde los mozos de espadas, dejando perfectamente colocada la ropa que van a lucir el día siguiente. ¡Toda una liturgia!
Pues bien, por una vez, y sin que sirva de precedente, me anticipé al caos del último minuto y fui a la modista con Dimas y Telmo para preparar las túnicas que llevarán el próximo Viernes Santo.
Acostumbrado a que mi abuelo Armando siempre estaba, yo nunca tuve necesidad de recurrir a una tienda de alfileres veloces.
No me adelanté mucho, sólo una semana, pero esa semana previa para muchos, seguramente sin saberlo, sea la semana más especial.
En apenas siete días se abrirán las puertas que durante meses han estado cerradas. En una semana, nuestra comunidad se vestirá con sus mejores galas para recibir a la semana más importante del año. La verdadera semana, la más auténtica, la más inocente y a la vez, la de mayor verdad.
Me decía mi mujer cuando sacó las túnicas del armario tras un año de reposo, que la casa olía a Semana Santa. Pero lo que no sabía ella es que aun oliendo todas a la Pasión, ninguna huele igual, porque hay tantas Semanas como corazones y hay tantos olores como cofrades, y pudo comprobar que, aun siendo parecidos, el olor de la túnica de Dimas no tenía nada que ver con la de Telmo.
Y sólo así se explica que aquello tenga vida propia, que haya mucha gente recelosa a dejarla, que hay quien quiera llevar la de un ser querido que ya no está o incluso quien pida que se le entierre con ella puesta.
En una semana volverán los nervios, la ilusión se apoderará de nuestras ciudades y para muchos comenzarán las auténticas vacaciones del alma.
Porque, aunque parezca que es lo mismo que se repite cada año, la verdadera realidad nos da muestras de que siempre es diferente. Y cada uno la vive como le apetece, como la siente o como le han enseñado. ¡Se vive como se es! Y todo tiene cabida dentro del paraguas cofrade. Habrá quien la viva hacia dentro, abanderando el silencio y recogimiento. Y también habrá quien desde el respeto la perciba como un momento álgido y entrañable de felicidad, pero hacía fuera.
Y por supuesto, habrá quien comulgue con férreas tradiciones indefendibles en estos tiempos, pero incluso esa forma de pensar tan terrible y arcaica, también forma parte de la Semana Mayor.
Lo bueno de este mundo es que alberga todo y a todos. Un mundo del que todos quieren llevarse su parte y en el que muy pocos dejan huella. Pero, aun así, un mundo agradecido.
Dentro de una semana iré a Santa Nonia en busca de Jesús. Iremos contentos y sólo esa mañana mostraremos esa sonrisa que nos indica que lo estamos haciendo bien, que le vamos a acompañar por las calles de nuestra ciudad, donde les esperará su madre, sus abuelos y sus amigos. Y sólo allí, cuando las cornetas rompan y el Nazareno gire lentamente, nos acordaremos de los que ya no están, de sus recuerdos y de sus olores. Y lo compartiremos con los que sí están y volveremos a prometer lo mismo de cada año.
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