Estaba explicando el contexto histórico en el que un personaje se deslizaba por una novela y mencioné Mayo del 68 como si todo el mundo ... supiera lo que significaba. Se me pasó por alto que la historia y los acontecimientos que han marcado la vida de Europa ya no están encarnados en los ciudadanos jóvenes, y que la tecnología ha borrado de un plumazo la relevancia de esos movimientos que sin llegar a revolución movieron la base de la sociedad. Los más jóvenes recordaban el 11-M, el 11-S y otras siglas resumidas, casi algoritmos matemáticos para su memoria reciente, y advertí que ya habían incorporado a su lenguaje el antes y el después (todavía incierto) de este virus que nos replanteará la vida.
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A medida que se estrecha el túnel del tiempo, uno cae en la cuenta de que los corrimientos de tierras que está ocasionando esta pandemia quizás tengan la apariencia de ser temporales pero, tenazmente, cada día, aceptamos un cambio definitivo. Hay quien quiere imaginar que, como después de un tsunami, las aguas volverán a su sitio y colocaremos las sombrillas en el mismo lugar que estaban. No tienen en cuenta que ya no somos los mismos. Los otros han llegado para quedarse. Los nietos miran a sus abuelos con compasión. Piensan que están seriamente amenazados y que encima no les asiste el consuelo de una tecnología que no entienden porque no vertebran su vida en torno a ella.
Los abuelos hacen lo propio, se santiguan pensando que sus nietos están amenazados por un mundo donde no podrán disfrutar de la vida como lo han hecho ellos y que además son unos analfabetos porque no conocen la historia que les obligará a repetirla. Han dejado de regalar libros, tableros de parchís o manualidades sin rastro de minimalismo. Pero ellos, los jóvenes, a los que considero que hemos dejado quizás demasiado tiempo a solas en su habitación virtual, han encontrado consuelo en la ciencia, en la economía, en la responsabilidad de un trabajo y para compensar tienen una vida afectiva sin vínculos indestructibles en las redes sociales, sin amores que matan, o por los que estarían dispuestos a morir.
Todos somos otros. Ni mejores, ni peores, simplemente otros, que atropellados por un tren que quizás reorganice las casillas de las prioridades nos mantenemos a la espera. No creo que los regalos de este extraño 2020 sean distintos si escribimos la carta a Olentzero en euskera o en castellano, no es probable que cambie nada esencial porque no se tomen las uvas en la Puerta del Sol, o que ni siquiera se tomen. La ciencia pasa de la Navidad, porque ella es la que en este momento sostiene la vida.
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