Juan Pizarro dio una lección de vida. De la vida que está en un objeto tan denostado y sospechoso como un libro. Después de ... su accidente, de su vuelta a este simpático valle de lágrimas –pese a todo–, fue la letra impresa la que le salvó. Y aquí sí que serían justificadas unas mayúsculas. Lo dice él, y lo comentan los neurólogos, que la letra, lo que dice un volumen, la imaginación rápida del libro crea un cerebro que, y no es mucho decir, va aproximándose al milagro de todo ser viviente.
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Desde la más tierna infancia hemos escuchado eso de que leer es saludable, pero con Pizarro tenemos, ya, la evidencia científica. Escribir se sabía que era terapéutico, pero leer ahora se sabe que no solo acompaña, sino que cura. Alguna sospecha había, pero se corroboró esta semana en la Casa de Cultura de Simancas.
La vida, esta de luces y wasaps, de fragmentación y carajeras mentales, no es la que habíamos decidido. Y sin embargo, como los hayedos de Brañosera, los libros resisten embates, epidemias, modas, catalogaciones y demás.
Leo que ha muerto Juan Muñoz, que nos acompañó en esas primeras letras que demasiado rápido maduraron. El lector que es uno pasó de la 'Micho' a Vázquez Montalbán, de ahí a Delibes sin solución de continuidad. Incapaz a las Matemáticas, al Dibujo, la lectura me salvó. Por eso, y por gente como Juan Pizarro, me reitero en que no puedo, no podemos, estar tan equivocados. Leer no es ya sexy, es una pulsión del alma. Y salva, vaya que si salva. No es ni siquiera un adagio publicitario, sino una corroboración científica. La de que el lector se guarda de unos mecanismos cerebrales que sirven. Vaya.
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