Nos están acostumbrando a que se puede vivir sin consecuencias. Lo llamaría como una especie de anestésico viral que entra por los ojos y los ... oídos, anida en la corteza cerebral y adormece al más justo de los mortales. Bien podría estar hablando de los presuntos delincuentes a gran escala, los que van a cara descubierta y colonizan algunos escaños, pero no. Hablo de los menudos, de los encapuchados, de los delincuentes reincidentes que roban unas cuantas monedas y se llevan por delante el esfuerzo de todo un día detrás de la barra de un bar de cualquier pueblo.
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Saben dónde atacar. Se esconden en los entornos menos habitados. Aprovechan el descanso y se llevan el botín. Puede resultar banal y ésa es la razón por la que en tres días vuelven a intentarlo. La Guardia Civil, con una apretada plantilla, les sigue el rastro, los detiene, pero la reiteración no tiene el valor suficiente como para permanecer un tiempo alejado del delito.
Es una banda que no va en Peugeot, pero sí en Seat. Por este periódico hemos conocido las claves de la investigación, la forma de actuar, las imágenes, pero también la persistencia. Eso deja un poso de insatisfacción a quienes los capturan, de indefensión a aquellos que los sufren y de impotencia al resto. De poca monta o de guante blanco, al ciudadano no le queda más remedio que resignarse y entender que endurecer la ley, todavía hoy, le corresponde a quien la vulnera.
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