Conservadora y revolucionaria: Margaret Thatcher, cien años después
«Los datos macroeconómicos del país hablan del éxito indudable de sus políticas, si bien la desigualdad aumentó: todos los sectores sociales crecieron, pero no todos al mismo ritmo»
Jorge Lafuente del Cano, profesor Titular de Historia e Instituciones Económicas. Universidad de Valladolid
Sábado, 18 de octubre 2025, 14:29
Margaret Thatcher ha sido la primera mujer jefa de Gobierno en Europa, la primera política británica que consiguió vencer con mayoría absoluta 3 elecciones seguidas ... y la que todavía hoy mantiene el récord de permanencia en el Nº 10 de Downing Street durante la etapa democrática: 11 años. Fue una política de gran personalidad, muy divisiva en la sociedad británica, pero que creó un importante legado: luchó y consiguió cambiar la orientación de su país. Tras la II Guerra Mundial, con el predominio de la ortodoxia keynesiana –y bajo el gobierno del laborista Clement Attlee– Gran Bretaña puso en marcha su propio Estado del Bienestar, «de la cuna a la tumba».
El Partido Conservador aceptó el nuevo consenso y los sucesivos primeros ministros torys no realizaron grandes reformas. En el momento de gran expansión económica occidental tras la guerra, Gran Bretaña creció menos que los países de su entorno y cuando llegó la crisis del petróleo en 1973 sufrió unos efectos más fuertes. Se convirtió en el «enfermo de Europa». Este proceso de decadencia económica coincidió con el traumático proceso de descolonización y la pérdida del Imperio, que tuvo en la retirada de Suez (1956) uno de sus puntos culminantes. En este contexto se explica la consolidación de la carrera política de Margaret Thatcher, una política que rompía moldes con el establishment de su partido: había nacido en 1925 en Grantham –una pequeña localidad al norte de Londres– hija del propietario de un comercio y de una ama de casa. A diferencia de casi todos sus predecesores en el liderazgo conservador carecía de título nobiliario.
Estudió la carrera de Química en la Universidad de Oxford, posteriormente trabajó en una empresa de helados y, finalmente, obtuvo la Licenciatura en Derecho para comenzar su carrera política. No solo era una outsider por su sexo y su origen, también por sus ideas: desconfiaba del consenso creado tras la guerra, consideraba que el Estado había llegado a abarcar demasiadas funciones en la vida de su país y era partidaria de reducir su peso. Lo cierto es que la situación económica del país se fue complicando en los años 70: el impacto de la crisis, el peso de los sindicatos que hicieron tambalearse a varios Gobiernos débiles… y finalmente el rescate financiero por parte del FMI en 1976, una humillación para el ya herido orgullo británico. Desde el año anterior Thatcher era la líder de su partido tras desafiar a su antecesor, Ted Heath, y en mayo de 1979 –tras la mayor oleada de huelgas registradas en territorio británico– alcanzó la jefatura del Gobierno. Consiguió cambiar el rumbo del país siguiendo una tendencia liberal, que denominó capitalismo popular: inició los procesos de privatización de empresas públicas (fomentando la compra de acciones por parte de la población), la venta de casas de alquiler a sus inquilinos y las bajadas de impuestos directos. Medidas que resultaron populares, pero cuyos efectos no se notaron en el corto plazo.
La guerra de las Malvinas, en la que consiguió repeler con éxito una agresión de la dictadura militar argentina, le dio enorme popularidad y le ayudó a revalidar su mandato en 1983. En 1987 repetiría victoria. Dimitió en 1990, acosada por sus enemigos internos, cuando su carácter se había vuelto más intratable y cuando la CEE se había convertido en un campo de batalla de su partido. Los datos macroeconómicos del país hablan del éxito indudable de sus políticas, si bien la desigualdad aumentó: todos los sectores sociales crecieron, pero no todos al mismo ritmo; la brecha se agrandó. En 1997 –18 años después– Tony Blair y su Nuevo Laborismo obtuvieron una sonada victoria electoral. Para vencer Blair había tenido que renunciar al marxismo y, de hecho, aceptó y mantuvo el programa económico thatcherista. Con ello, un nuevo consenso se había forjado y fue, sin duda, el mayor legado de Margaret Thatcher.
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