Ramón L. Pérez

Este intermedio

«Estamos asistiendo a un juego táctico de primer nivel, no exento de cálculo ni de sofisticación, pero ciertamente interesante»

Jesús Quijano

Valladolid

Domingo, 2 de julio 2023, 00:33

Este precisamente, el que va del 28 de mayo al 23 de julio, es el intermedio en que estamos ahora. Entre urnas y ... urnas. Un tiempo verdaderamente especial y muy inédito, donde todo se mezcla y todo se mide con una perspectiva de influencia inmediata. Porque eso es lo que está pasando: en estos escasos dos meses se han materializado ya los efectos de las elecciones municipales, en ese aspecto tan visible que es la elección de los alcaldes, y se están produciendo de forma más pausada los efectos de las elecciones regionales que se celebraron a la vez aquel día. Todo lo que se haga o se vaya a hacer puede tener consecuencias a un mes vista, y ya no habrá rectificación posible. De manera que estamos asistiendo a un juego táctico de primer nivel, no exento de cálculo ni de sofisticación, pero ciertamente interesante.

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La regla general es sencilla: cada uno sabe lo que le beneficia y lo que le perjudica, donde tiene ventaja y donde tiene inconveniente; así que cada uno intenta maximizar la ventaja beneficiosa y minimizar el inconveniente perjudicial. Lógicamente, en lo que a él respecta, porque a la vez debe intentar hacer lo inverso con el adversario, simultaneando un doble discurso e intentando no caer en contradicción. Y no es fácil, claro está.

No es fácil, por varios motivos. El primero porque, a estas alturas, las credibilidades pueden venir tocadas (quiero decir, agrietadas) por los antecedentes; y ocurre eso, que si hay déficit de credibilidad, también suele haberlo de fiabilidad. Y luego sucede que, en estas apreturas de tiempo, con un intermedio tan escaso entre urnas, no se va a poder distinguir con suficiente claridad lo que es táctica, lo que es estrategia y lo que es regla de conducta, verdadera convicción y principio de actuación política.

Un vistazo al escenario que se va perfilando tal vez lo aclare un poco, admitiendo de antemano que el problema de la definición y el cálculo de los efectos se les plantea principalmente a los dos partidos mayoritarios, el PSOE y el PP, con opciones de ganar o de gobernar, que no es exactamente lo mismo. Los demás, VOX, Sumar, los nacionalistas, regionalistas y locales, tienen suficiente con afirmarse y distinguirse; o sea, ocupar su espacio y marcar las respectivas diferencias con los dos grandes, a fin de hacerse imprescindibles al día siguiente. No necesitan ni pretenden mucho más.

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En el caso del PSOE creo que se perciben dos líneas novedosas de discurso, que matizan, aunque con desigual intensidad, el que se vino practicando antes de, y durante las elecciones municipales, que consistía en poner el énfasis en los datos económicos y en las medidas adoptadas, así como en advertir de los peligros de las alianzas del PP con VOX. Tal vez haya habido una doble reflexión: por un lado, que la economía penaliza a quien está gobernando cuando va mal, pero no le renta cuando va bien, sea porque la macroeconomía favorable tarda en percibirse, sea porque las medidas positivas se dan por descontadas una vez que se adoptan, sea porque mucha gente piensa, aunque no sea así, que todos terminarán decidiendo lo mismo, bueno o malo, en materia económica, porque eso dependerá de cómo vaya el ciclo y de los recursos disponibles, más que de las promesas y las buenas intenciones, que se supone que todos las tienen; por otro lado, que cargar demasiado las tintas en los riesgos de la ultraderecha, o bien no tiene demasiado efecto para quienes puedan estar dispuestos a votarla, o bien puede ayudar a concentrar voto en el PP, precisamente para que no necesite de VOX, siendo así que ambas circunstancias ya se han producido y están experimentadas (miren el resultado de las últimas autonómicas en Andalucía o, más en general, el de las recientes municipales y regionales de mayo). Así que se está equilibrando el discurso económico con el político, sin dejar de priorizar los aspectos económicos, y se está intensificando el contraste directo con el PP, sin abandonar el discurso anti VOX. La cuestión, como casi siempre, estará en los límites; un ejemplo: el Presidente del Gobierno se esfuerza en reconocer que el «discurso feminista» emanado del Ministerio de Igualdad ha podido generar desafección en muchos votantes; es, sin duda, una forma de marcar distancia con Podemos, mirando hacia el centro, que es donde está el déficit electoral; pero más de uno habrá pensado que eso ocurría en el Gobierno que él presidía, aunque fuera un Gobierno de coalición.

En el caso del PP, el problema estratégico es tan, o más acuciante, porque le obliga a mantener un equilibrio inestable. No tiene más remedio que encajar un doble e incómodo discurso: esto es, poner alguna distancia con VOX, o hacer como que la pone, para atraer voto útil y para evitar movilización en el otro lado, o algún rechazo en el propio, pero sin poder ocultar ni desmentir de forma tajante una previsible alianza si fuera necesaria para hacer mayoría de investidura. Delicada tarea, que se verá complicada por la circunstancia que decía al principio, que es la enojosa coincidencia con los procesos autonómicos pendientes. Mirando a muchos Ayuntamientos, mirando a Valencia, luego a Extremadura o a Aragón, después aquí y allá, se entenderá bien el alcance del laberinto y la dosis de habilidad argumental que será necesario emplear, y de la que no todo el mundo está suficientemente dotado. Además de eso, también el PP habrá de medir la dimensión de ciertos discursos (volver a sacar a escena el terrorismo, por ejemplo), en los que ya se gastó mucha pólvora en las pasadas municipales.

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Así que me confirmo en que estamos asistiendo a un momento político incomparable. No sé si exagero un poco, pero creo que hemos vivido bastante tiempo alimentando una política de bloques cerrados e intransigentes, cultivando una polarización emocional en la que las pasiones tuvieran más importancia que las ideas, confiando más en los «hooligans» viscerales, identificados con la pertenencia a la tribu y activos en las redes, que en los simpatizantes racionales y en los votantes convencidos, dividiendo entre buenos y malos, reclamando adhesión y animadversión a partes iguales, que debería llegar ya el momento de poner en valor la cultura del acuerdo que nos caracterizó en otros momentos, al menos en ciertas cosas.

Que los votos del PP hayan dado la alcaldía de Barcelona y Vitoria a los candidatos socialistas, o que los votos del PSOE hayan facilitado la alcaldía de Pamplona al candidato de la derecha, con lo que eso significa, y evitando opciones nacionalistas en ambos casos, puede ser un buen síntoma. Ojalá, pues, que esas decisiones no hayan sido solo estrategia y, a la vez, que mucho de lo que oigamos o veamos estos días sí que lo sea; que sea solo estrategia transitoria y preelectoral, quiero decir.

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