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Los congresos de los partidos políticos se preparan con antelación y con cuidado. Tienen una periodicidad establecida de antemano, pero con frecuencia se alteran los ... plazos previstos y se elige el momento que se considera más oportuno en función de los objetivos que se pretendan conseguir y del contexto en que se van a desarrollar. Así ha sido siempre. Se diseñan con todo detalle los aspectos logísticos y estéticos, la imagen que se pretenda proyectar, los discursos, los momentos, los temas esenciales, las apariciones estelares, el merchandising, en fin, todo el inmenso decorado que es necesario acondicionar, incluso aunque no sea tan necesario. También se preparan unos textos que sirvan de base para adecuar el proyecto ideológico y para adoptar acuerdos, aunque hay ocasiones en que lo otro, la escenografía, termina teniendo más importancia que la doctrina. Es el viejo contraste entre el continente y el contenido, ni más, ni menos. Además de todo eso, los congresos son una reunión de personas que comparten el compromiso con unas ideas determinadas y que, durante unos días, comentan sus impresiones, transmiten sus experiencias, expresan sus penas, y se reconocen mutuamente como sujetos integrantes de un colectivo con el que se identifican.
Hasta aquí la teoría. Porque luego, en la realidad, es también frecuente que las circunstancias concurrentes alteren la planificación, de modo que se termina ofreciendo una imagen bastante distinta de la que se pretendía. Y lo que queda es eso; lo que haya predominado en el ámbito mediático de la comunicación es lo que termina destacando por encima de lo demás. Nada nuevo en la política, por otra parte.
¿Ha podido ocurrir algo de esto en el reciente congreso del PSOE? No lo descarto. Si estoy en lo cierto, los objetivos centrales eran dos: fortalecer la organización pensando en los retos electorales del próximo periodo y afianzar un rearme ideológico frente a las nuevas corrientes políticas ultraconservadoras, en evidente expansión. Ya digo, no tengo claro que estos objetivos hayan destacado con claridad por encima del contexto.
Es evidente que el PSOE arrastra un déficit de representación y de poder territorial desde aquellas elecciones municipales y autonómicas que se celebraron en mayo de 2023, lo que es un importante lastre para la fortaleza de un proyecto político de futuro. Y ésta era una de las pretensiones anunciadas: anticipar el congreso nacional para salir de él en condiciones de abordar cuanto antes las renovaciones territoriales que fueran necesarias, ya que a continuación han de celebrarse los congresos de ámbito inferior. Un empeño comprensible y loable, sin duda. Pero antes hubiera sido conveniente analizar dónde estuvo, y dónde está, el problema. Aquellas elecciones se llevaron por delante alcaldes cuya buena gestión municipal era generalmente reconocida y gobiernos autonómicos que no habían sufrido un deterioro político que explicara su resultado. Ese análisis no se hizo entonces; la inmediata convocatoria de elecciones generales lo tapó todo; luego pasó el tiempo, se formó gobierno a duras penas, y ya no era oportuno volver a aquello. Aquel debate, tan conveniente antes de proponer nuevos objetivos de refuerzo territorial, se quedó sin hacer. Y quedó en el ambiente que la estrategia aplicada convirtió en nacional un proceso electoral que no lo era, y que eso tenía mucho que ver con el modelo de partido. Este congreso era una buena ocasión para darle una vuelta.
Atraviesa el PSOE un periodo inédito de configuración personalista, en la que el predominio del líder elegido en primarias sobre los órganos colegiados es muy notorio. Sea por una mala interpretación de ese sistema, sea porque los propios dirigentes lo han propiciado interesadamente, lo cierto es que la adhesión se ha convertido en un valor político superior a la reflexión, al debate y, por supuesto, a la crítica. La absoluta complacencia con que se ha despachado en este congreso la gestión de la dirección saliente lo dice todo; ninguno de los delegados asistentes preguntó siquiera por las cuestiones que causaron reciente debate, polémica y preocupación.
El otro objetivo estaba más en el contenido del proyecto. Se buscaba un rearme ideológico y de valores que hiciera visible la proclamada función de dique de contención que se atribuye a la socialdemocracia frente al avance general de la ultraderecha. Por ahí han ido algunos de los discursos pronunciados, en un tono bastante genérico. El riesgo era, a la vista de las circunstancias, deslizarse hacia el patriotismo interno y ofrecer una imagen preponderante de resistencia. Y ha habido más discursos de apelación a la ofensiva mediática y judicial, que de los otros. Generalizándolo todo, sin mayores matices, sin asumir con alguna autocrítica hechos deplorables ya suficientemente acreditados, sin comprometer en lo propio iniciativas de regeneración democrática que se exigen en lo ajeno. De manera que ha quedado la impresión de que el pretendido objetivo del rearme ideológico del proyecto, ha quedado superado por la urgencia de un rearme psicológico de la militancia, más incómodo, que no era el buscado.
Más allá de estos objetivos principales, hay otros asuntos de interés que han llamado la atención, no sin inmediata polémica. Ahí está la financiación singular acordada en Cataluña, objeto de una resolución un tanto confusa en la que se combina el acuerdo multilateral del conjunto de las Comunidades Autónomas afectadas, con la relación bilateral del Estado con cada una de ellas, criterios ambos no fáciles de coordinar. O el loable intento de distinguir la orientación sexual de las personas y la identidad de género, proponiendo que el acrónimo LGTBI no añada otras referencias (Q+, era el caso). O, en fin, el interesante anuncio de poner en marcha una empresa pública de vivienda, que necesita algo de claridad sobre su estructura y función, teniendo en cuenta que hay competencia autonómica en la materia y que hay libertad de empresa en el sector.
Mi impresión, pues, es que no se aprovecharon suficientemente las posibilidades que ofrece un congreso en el doble aspecto, orgánico e ideológico, que se planteaba. La realidad exterior se ha impuesto en gran medida. Aunque también les digo, para que lo tengan en cuenta, que esto no es más que la impresión de un observador a distancia, y no la constatación de un participante presencial y directo.
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