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Hoy tocan las previsiones. Lo mismo que la reflexión final de un año que termina suele estar dedicada al recuento de lo que pasó, en ... todas sus variantes (lo que pasó porque tenía que pasar, lo que pasó y no debió haber pasado, lo que pudo pasar y no pasó, etc.), esta primera reflexión en el comienzo de un nuevo año tiene también un objetivo preferente, que es el de pronosticar y anticipar. La diferencia es obvia: el recuento del pasado juega sobre seguro; la previsión del futuro es mera conjetura. Y así hay que aceptarlo, asumiendo el riesgo implícito en cualquier juicio de probabilidad.
De momento, estamos en el momento de las cábalas, esas que se hacen destripando la cifra correspondiente al año para sacar de ahí alguna clave. Y debo decir que las que veo me tienen sorprendido. Circulan por las redes algunos análisis cabalísticos, que vienen a subrayar que 2025 es un 'año cuadrado' perfecto: se trata de sumar todos los dígitos del sistema numérico decimal que habitualmente utilizamos (del 0 al 9), lo que da 45, y elevarlo al cuadrado, aunque también se llega al mismo resultado sumando cada uno de esos dígitos elevado al cubo. En ambos casos resulta el 2025; y debo fiarme de que es así, porque mi relación con las matemáticas se quebró allá en los albores de mi primera juventud y ya no se ha recuperado. Así que me creo esto de que acabamos de entrar en un 'año cuadrado', y lo digo con cierta pena, porque la cábala augura que el siguiente 'año cuadrado' será el 2116, que es seguro que no llegaré a conocer.
Sin embargo, lo que de verdad me abruma no es eso, sino la constatación de que el anterior 'año cuadrado' fue el 1936, año marcado por el comienzo de la mayor desgracia voluntaria ocurrida en nuestro país, tal vez en varios siglos. Porque la guerra civil fue eso, una desgracia colectiva y voluntaria, con independencia de la valoración histórica de causas y efectos, y de la valoración moral de culpas y responsabilidades. Así que habrá que empezar por confiar en que dos años cuadrados no tienen entre sí más similitud que la que les proporciona su estructura matemática, sin que ello suponga coincidencia alguna desde cualquier otra perspectiva.
Tampoco he podido evitar la constatación de que con este 2025 habrá transcurrido ya una cuarta parte del siglo XXI, que parece empezó ayer. Dice eso mucho del paso del tiempo y de la fugacidad de la existencia, que percibimos como más efímera cuanta más edad tenemos. Verdaderamente, es un soplo la vida. Porque también caigo en la cuenta, deslizándome ya por la doble pendiente personal de la nostalgia y la melancolía, de que se están cumpliendo cincuenta años (¡¡50!!) desde aquel año de 1975, plagado de acontecimientos que vivimos expectantes, con la pasión juvenil del momento.
Ahí va una muestra: flamante Licenciado en Derecho era yo, a punto de empezar el largo periplo de la carrera académica, y justamente cuando iba a traspasar por primera vez la puerta de la Universidad de Valladolid en condición distinta a la de estudiante, aquel febrero de 1975, me la encontré cerrada a cal y canto por orden ministerial, como muchos recordarán. Fue un año trepidante en todos los aspectos y, aunque no corresponde hacer aquí repaso de tantos avatares personales y políticos que se fueron sucediendo, hay un hecho relevante que es obligado destacar, por su importancia objetiva desde el punto de vista histórico, y también porque parece que será tomado como referencia política a lo largo del año entrante. Se trata, como ya habrán imaginado, de la muerte del General Franco, ocurrida el 20 de noviembre de 1975, tras aquella enfermedad que nos tenía en vilo esperando partes médicos noche y día.
Se anuncian actos relacionados con esa circunstancia, cuyo contenido y objetivos desconozco, aunque imagino que tendrán que ver con la memoria de lo que había ocurrido hasta entonces y con el cambio político y social que habría de producirse a partir de entonces. Y me entra la duda de si es correcto establecer esa doble relación y si son oportunas esas conmemoraciones. Con la muerte del General no se produjo aún ningún cambio fundamental; más bien se abrió un proceso ineludible y un periodo incierto y confuso que duró más de tres años, hasta que se aprobó la Constitución en el referéndum de diciembre de 1978, previas elecciones democráticas en junio de 1977. Tal vez fuera mejor, y más integrador para el conjunto de la sociedad española, esperar un poco y referir el cincuentenario a esas dos efemérides, preferiblemente a la de 1978. Se podrá entonces no ya solo conmemorar la fecha, sino también celebrarla debidamente, porque creo que esos son los dos acontecimientos más relevantes, los que expresan mejor la voluntad colectiva de pasar página y de iniciar una nueva etapa. Al fin y al cabo, el Dictador murió en la cama, agotado ya el ciclo de su régimen autoritario; esa etapa y ese momento merecen, sin duda, difusión y análisis, para que se sepa bien, sobre todo por parte de los más jóvenes que no lo conocieron, de dónde venimos, y así puedan valorar mejor lo que tenemos. Pero distinguiendo lo uno de lo otro.
Debiera ayudar todo ello a fortalecer los niveles de convivencia, porque algo necesitados andamos al respecto. Lo que ocurrió hace cincuenta años fue, nada más y nada menos, que quienes veníamos siendo adversarios ideológicos en el pasado aprendimos a aceptarnos y a respetarnos, que eso es la convivencia. Para ello hicimos un pacto que la mayoría queremos que se mantenga, sin perjuicio de la necesaria actualización de sus contenidos. A partir de ahí se puede discrepar, dialogar, e incluso acordar, cuando el interés general y el bien común lo requieran. Lo recordó, creo que acertadamente, el Rey en su reciente mensaje; habló, con expresiones gruesas, de los riesgos del germen de la discordia y de la atronadora contienda política.
Ojalá, pues, que este año cuadrado de 2025 sea exactamente el reverso de aquel otro año cuadrado, que fue el 1936. Todo lo demás, sea la economía general y la particular, la pelea entre el PIB y el IVA, la vivienda, la inmigración, la violencia de género, el presupuesto, los juzgados, la legislatura, la Unión Europea entre EE UU y China, y muchas otras cosas, dará mucho que hablar y así lo haremos. Pero que sea desde la convivencia.
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