Inolvidable Maribel
Ni Maribel, ni su hermano Fortu se perdían una Seminci. Formaban parte de ese grupo de personas que se veían en Valladolid en el mes de octubre pero jamás el resto del año
Recuerdo el primer día que llegué a El Norte de Castilla. Alguien no demasiado bien intencionado me sentó en la mesa de Maribel Rodicio. Aquello me pareció maravilloso, demasiado maravilloso, porque la admiraba profundamente. Cuando ya por la tarde llegó ella, cargada como siempre del pulso de la ciudad y de la comunidad autónoma a la que ella misma había ayudado a construir, y me preguntó que quién me había dicho que me sentara en su sitio, me levanté como un resorte y me coloqué en la mesa de al lado, asustada como pocas veces he estado en mi vida.
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Lo que parecía una tormenta de consecuencias insospechadas se convirtió en el principio de una hermosa amistad. Es inevitable recordar esa otra faceta de Maribel inolvidable, la de cinéfila. Ni Maribel ni su hermano Fortu se perdían una Seminci. Formaban parte de es grupo de personas que se veían en Valladolid en el mes de octubre pero jamás el resto del año. No necesitaban nada más que ver buen cine y comentar después las películas alrededor de una copa. Yo también compartí muchas copas con ella, mientras contaba y contaba mil y una anécdotas. Esas que vivió desde que empezó a formar parte de la memoria viva del periódico desde 1974, después de que dos años antes hubiera estado en prácticas en verano y de haber escrito a Miguel Delibes para decirle que quería formar parte de la plantilla de El Norte de Castilla, una vez que había acabado la carrera. Su petición se sometió a la dirección de un 'consejillo' de elefantes. Y por una especie de justicia poética fue aceptada. Así, pasó a ser la primera mujer en una plantilla de hombres recios castellanos. No lo era ella menos, mujer recia castellana, cargada de ironía y un sexto sentido que le hacía contar las cosas como nadie. Hasta el punto de que cuando desapareció la sección 'De ayer a hoy' no fueron pocas las quejas de los lectores de El Norte. No era para menos. Echaban de menos, como sus compañeros y amigos, el pulso de la ciudad y de Castilla y León. Maribel no tenía pelos en la lengua y a la vez era prudente y respetuosa.
Maribel era mucha Maribel. Escribía como los ángeles. Ya no se dice eso de que tenía buena pluma. Alguien podría ofenderse aunque la expresión sea de lo más inocente. Hemos perdido tantas cosas de aquella época. Hemos ganado en tecnología. Es cierto, pero me encantaría seguir contando con la gran memoria de Maribel Rodicio, que nos sacaba a todos en la redacción de tantos apuros. Prefiero la memoria de Maribel a la de google (san gugle, que diría Ramón). Vaya por ti Maribel estas palabras, siempre pocas. Siempre estarás en mi corazón y en mi memoria.
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