Infinito páramo
«Da la impresión de que, si de algunos de los miembros del Gobierno regional dependiera, viajaríamos hacia etapas anteriores a la transición; porque les sobran las consejerías, la autonomía, y se podría decir que hasta la misma democracia»
Varios medios consignaban la información facilitada por el Instituto Nacional de Estadística: Castilla y León ha perdido 717 habitantes en el primer semestre de este ... año. Y la noticia –de hace tan sólo unos pocos días– no resulta únicamente mala en sí misma; que también. Lo peor es que confirma una tendencia demográfica que esta Comunidad Autónoma viene arrastrando durante demasiado tiempo y que parece imparable. De hecho, Castilla y León constituye la tercera de las comunidades con cifras más negativas de toda la nación –detrás de Extremadura y Asturias–; y es la región que –de acuerdo con los datos del IN– cuenta con 5 de las 12 provincias que pierden población en España, siendo León -actualmente- la más perjudicada. Pues nuestro país ha recibido la llegada de cerca de 500.000 inmigrantes, de los que el 10% lo integran refugiados de Ucrania que huyeron de esta nación ante la arremetida de las fuerzas del ejército ruso y la guerra subsiguiente.
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Todo lo cual presenta una realidad preocupante e incontestable: la situación de Castilla y León, lejos de reencauzarse, demográficamente empeora; a España vuelve a venir gente, pero que no se asienta aquí; de nuestra Comunidad Autónoma se sigue marchando –sin remedio– población; y quienes en mayor número parten son los jóvenes. Esto no quiere decir que tales males sean de ahora o estén provocados por políticas recientes, pero sí que las medidas que se han tomado hasta el momento no proporcionan los resultados apetecidos. Y hay que analizar los problemas existentes y los posibles errores cometidos, colocando –por supuesto- la radiografía de nuestras afecciones tanto en un contexto nacional como europeo y mundial. Ya que no es Castilla y León la única región que pierde habitantes sin freno en el marco de una población que, en el ámbito planetario, ha alzado recientemente los 8.000 millones.
Los motivos de panorama tan desconsolador, aparte de no exclusivos de esta Comunidad, son variados y conocidos: infradesarrollo y abandono del campo, escasa industrialización, envejecimiento poblacional…Pero, entre los distintos aspectos en que las estrategias para detener la despoblación no han funcionado, se encuentra una asignatura pendiente que resulta tanto de índole económica como cultural; o ambas cosas juntas, dado que no deberían separarse cara al progreso de una región o de un país. Y se trata de la falta o debilidad de un proyecto y modelo creíbles con que castellanos y leoneses se identifiquen más allá de su procedencia geográfica y de sus ideologías particulares. Aquí ha predominado una concepción provincialista de Comunidad y una visión que casi siempre miraba más hacia el pasado que hacia el futuro.
Ese mirar atrás en el tiempo y en la construcción (o deconstrucción) política de la región se halla, con el actual gobierno bipartito de Castilla y León, más vigente que nunca. Pues da la impresión de que, si de algunos de sus miembros dependiera, viajaríamos directamente hacia etapas anteriores a la transición; porque les sobran las consejerías, la autonomía, y se podría decir que –en ocasiones– hasta la misma democracia. Volveríamos a una imagen -que no dejó de estar ahí- de una Castilla pobre, aunque épica y heroica; de adobes caídos y ruinosas atalayas, si bien patriótica e imperial. Una Castilla y –no menos– un León muy devotos, que se ajustarían a antiguos clichés literarios; al tópico de la riqueza monumental y folklórica (que es cierta pero no su única verdad); a los eslóganes propagandísticos de una tierra museística y nostálgica, apegada a viejas cruzadas o reconquistas. Un enorme Belén de reminiscencias del ayer o prácticas que agonizan. Una colección de hermosos paisajes vacíos. Una región para visitar deprisa, identificando –al paso– sus lugares sagrados y míticos, aquellos parajes que pisaron grandes místicos y guerreros.
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Una región, sí, plena de atractivos y de recursos culturales –sin duda–, pero donde cada vez se hace más difícil vivir y prosperar, especialmente entre la juventud. Una región que, por desgracia, y en lo poblacional, se va asemejando demasiado al estereotipo malhadado de un páramo infinito.
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