IBARROLA

Guerras culturales y otras polarizaciones

«Frente a una visión demasiado mitificadora y algo optimista de la idea de 'cultura', promovida desde ciertas posiciones de izquierda, habría surgido por parte de la nueva derecha una actitud de desconfianza hacia el término»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 21 de enero 2023, 00:05

Con frecuencia el término y concepto de cultura se convierte en campo de debates tanto políticos como mediáticos. De hecho, la definición de lo que ... se viene llamando «guerra cultural» podría aplicarse perfectamente a una polémica reciente: la desatada por la pretensión de Vox –desde el gobierno de la Junta de Castilla y León– de obligar a los médicos a que, a su vez, fuercen a las embarazadas a tomar conciencia de su embarazo (se ve que deben de ser más bien inconscientes); y reflexionen –así– sobre la trascendencia de una posible decisión de interrumpirlo.

Publicidad

Tal denominación de «guerra cultural» se ha utilizado –en efecto– en países como los EE UU para designar los enfrentamientos y conflictos en torno a asuntos como el aborto, la eutanasia, la homosexualidad o la pornografía; temas que –a menudo– han constituido el gran caballo de batalla de no pocos radicalismos; ya que lo que se pretende con esa lucha es imponer unos determinados criterios que acaben o –al menos– contribuyan a la prohibición de algunos de los comportamientos que ya se encontraron entre los no permitidos ni aceptados de muchas sociedades hace algunos años.

Frente a una visión demasiado mitificadora y algo optimista de la idea de «cultura», promovida desde ciertas posiciones de izquierda a lo largo del pasado siglo, habría surgido –entonces– por parte de la denominada «nueva derecha» una actitud de desconfianza hacia el término y su empleo que conduciría a combatir las concepciones supuestamente progresistas de la sociedad en su propio territorio y con sus mismas armas. Y ha de puntualizarse que sendas actitudes resultan antropológicamente casi igual de desenfocadas, pues las culturas no son necesariamente buenas ni malas de por sí; ni salvan ni condenan, por más que el izquierdismo ingenuista de hace una centuria se empeñara en que la Cultura redimiera a las gentes de su pobreza, fanatismo y obcecación, confundiendo (como todavía se viene haciendo muy prolijamente en España) lo cultural con lo educativo, la cultura con la instrucción.

Es bastante raro que, desde posturas izquierdistas, se estigmatice a la cultura, aunque sí quepa escuchar expresiones como «machismo cultural» para referirse a crímenes y violencias de género. Por el contrario, las culturas, lo que la antropología entiende como tales, se hallan, desde la óptica ultraderechista, bajo perpetua revisión y sospecha. No así la Cultura con mayúsculas, entronizada por el viejo orden; o las costumbres santificadas por una Tradición que se pretende no menos antigua, hasta volverse casi eterna –e irreal–. La mezcolanza de códigos morales con creencias religiosas y disposiciones administrativas o jurídicas termina –de este modo– por abocar a un aberrante conglomerado en que la fe y la ley se retroalimentan peligrosamente: baste con mirar hacia la perversa interpretación y aplicación de la religión por talibanes de todo tipo; o lo sucedido -en unas latitudes y épocas más cercanas a nosotros- dentro de este país con la represión implantada por el nacional-catolicismo.

Publicidad

Porque la semana empezó con requerimientos mutuos de Gobierno y Junta respecto a exigencias o vulneraciones; lo que debería ser correcto y lo que no; lo legal o ilegal en relación con los protocolos autonómicos que afectan al embarazo y su voluntaria interrupción. Pero hay otras prohibiciones acerca de los hábitos imperantes en una sociedad que distintas minorías se afanan por cambiar o suprimir: como los vetos que se habrían repartido más o menos equitativamente los movimientos de izquierda y derecha en la historia última; y que son –sin que por eso deban considerarse en absoluto equiparables– restricciones concernientes al uso del tabaco, el alcohol o cualquier sustancia tenida por droga.

Todo un catálogo de normas y contra-normas que –quizá– tendría que hacernos pensar sobre la injerencia creciente de los poderes públicos en la vida, el placer o la muerte; y en si las mismas -en base a argumentos tanto moralizantes como pragmáticos más que discutibles- no estarán entrometiéndose en exceso en el ejercicio responsable del propio juicio y de nuestra libertad colectiva e individual.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

3€ primer mes

Publicidad