Un jove, en una librería. Europa Press

Editorial: la generación más castigada

El progreso del país no permite prescindir del talento de los 'millenials' cargando de nuevo sobre ellos la factura de la crisis

El Norte

Valladolid

Lunes, 27 de abril 2020, 07:43

La última crisis castigó sobremanera a una generación recién incorporada al mercado de trabajo o con expectativas de acceder a él. La pérdida del empleo, ... las severas dificultades para conseguir uno y un sustancial empeoramiento de las condiciones laborales respecto a las vigentes años atrás formaron parte de la factura abonada por ella. Ahora que había empezado a reponerse de tal lastre, ese mismo colectivo se enfrenta a un terremoto económico que vuelve a sacudirle con singular virulencia dada su extrema vulnerabilidad, de forma que la recesión y sus devastadores efectos se han convertido en una constante en sus vidas. Cercenar la aportación de un grupo con la mejor formación en décadas, que debería constituir a corto plazo el motor del país, es un lujo que no podemos permitirnos.

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Más de la mitad del millón de empleos destruidos ya en España por la pandemia pertenecían a menores de 35 años, a pesar de que esa franja de edad apenas representa una cuarta parte de la mano de obra. Los denominados 'millenials', con salarios muy inferiores a la media, los vieron reducidos en torno a un 15% de media en la década posterior a la crisis de 2008. La generalización de una precariedad que ha alcanzado unos extremos de imposible justificación se cebó entonces en ellos y lo está volviendo a hacer, lo que tendrá nocivas repercusiones de profundo calado. No sale gratis, ni ahora ni a medio plazo, dejar atrás a una generación con notable talento y potencial creativo, la primera en un siglo condenada de forma casi irremediable a vivir peor que sus padres y cuyas expectativas se han visto frustradas por dos crisis consecutivas cuando empezaba a construir sus proyectos vitales. Recuperarla es un reto obligado para la prosperidad futura de España, lo que pasa por no volver a cargar sobre sus hombros gran parte de la factura de la recesión en ciernes y la dolorosa resaca que la seguirá.

Aparte de ir contra la lógica del progreso, empeorar aún más la cantidad y calidad del empleo de ese colectivo, con retribuciones ya bajas y sin apenas capacidad de ahorro, equivale a negarle el acceso a una vivienda, retrasar su emancipación, desplomar una natalidad en niveles alarmantes por mínimos y agravar así los problemas más acuciantes de un país envejecido. El futuro ha de edificarse sobre el esfuerzo y la capacitación de esa generación. Darle la puntilla sería una completa insensatez.

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