Vigilancia necesaria
«Si la Iglesia vigila a sus ministros para evitar improcedentes excitaciones, nacidas de la abstinencia, el psiquiatra necesita ser vigilado por la Justicia para evitar su lujuria de poder, nacida de la ignorancia y la mala conciencia»
Hace bastantes años, cuando me doctoré en estas páginas, dediqué una reflexión a la semejanza que observaba entre la profesión del confesor y la del ... psiquiatra. En aquellos momentos empezaban a sobrecargarse las consultas de salud mental, que hasta entonces permanecían rodeadas de prejuicios y circunscritas a las formas más contundentes de locura. Esta invasión de pacientes corría paralela a la ausencia de curas en las parroquias. Poco a poco se habían vaciado de confesores las iglesias. Y con el confesor se había perdido para muchos la posibilidad de contarle a alguien sus cuitas más secretas y encontrar gratuitamente, al lado de casa, los consejos de siempre y de última hora. La fuerza de los hechos obligó a que el psiquiatra –y el psicólogo más tarde, cuando su profesión empezó a prosperar– se convirtiera en una suerte de sacerdote laico que ayudaba a las personas y lo hacía con escasos recursos religiosos pero con mucha fe freudiana o skinneriana, según los gustos del profesional.
Es cierto que esta función resultó efímera, pues los consultorios se fueron saturando sin piedad, mientras que los facultativos dejaron de lado los problemas morales y focalizaron su atención en corregir conductas inútiles y en empastillar las conciencias a base de benzodiacepinas y Prozac. En definitiva, se empezó a favorecer que la gente se observara solo por fuera, de modo superficial, y que antes que indagar entre sus contradicciones tomara algún antidepresivo para dejarse de cuestionar.
No volví a zambullirme en estas comparaciones hasta que hace unos meses, leyendo algunas páginas de un antiguo manual de confesores, volví a caer en la fácil tentación de los parangones. En dicho manual se recomendaba al sacerdote que confesara en un lugar de sombra, sin mirar a los ojos, sin detenerse en los detalles y recurriendo a insinuaciones más que a preguntas directas. Está claro que hablaba de curas normalmente hormonados, de tentadoras feligresas y de contención sexual.
Pues bien, con esta lectura me vino la idea de que, si la Iglesia vigila a sus ministros para evitar improcedentes excitaciones, nacidas de la abstinencia, el psiquiatra necesita ser vigilado por la Justicia para evitar su lujuria de poder, nacida de la ignorancia y la mala conciencia. No otra cosa hace el juez cuando acude a comprobar que los ingresos involuntarios o las contenciones físicas –a los pacientes se les ata–, no responden a un exceso abusivo y poco respetuoso con los derechos humanos. En cualquier caso, ambos, clérigo y alienista, son directores de conciencia, cada uno a su modo, y mientras uno pone a veces en peligro a los demás con su incontinencia sexual, el otro lo hace en algunas ocasiones con su ansia de corregir, controlar y curar.
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