El pudor es la antesala de la vergüenza. Es un aviso a la conciencia, una advertencia para que nos vistamos o nos disfracemos. El pudor ... siempre tiene que ver con la ropa y el secreto. No se conoce ninguna cultura que permita ir al desnudo completo. Todas, hasta las indígenas que viven más destapadas, llevan su taparrabos, su tanga o su pene estuchado. Adán y Eva apenas descubrieron el pudor se taparon con una hoja de higuera y se ocultaron de Dios al oír sus pasos.
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El pudor nos defiende de la vergüenza, de la sensación de haber sido descubiertos en falta o en pecado. Constituye una barrera moral que anima al recato y evita la humillación que sentimos cuando nos avergonzamos. En la época de la Transición recuerdo el ridículo amarillo en que caían los obreros que defendían políticas conservadoras o militaban en partidos de derechas. Eran una excepción vergonzosa en medio de una separación de clases muy estricta: de un lado el proletariado y del otro la burguesía. Hoy oímos a veces que ya no hay clases sociales pero, como sucede con las brujas, «haberlas haylas». La única diferencia es que son más fluidas y que los llamados bloques históricos han cambiado su fisonomía. Ya no se habla tanto de obreros y patronos sino de indigentes y solventes, de ricos y pobres.
Tampoco se recurre tanto a la calificación de amarillismo para referirse a la prensa o los sindicatos. Hoy el fondo general es amarillo y todo se vuelve ocre y pajizo. Se da por supuesto que buena parte del periodismo es amarillo y que los sindicatos son ahora mucho más tibios. Incluso empieza a ser obvio y natural ver a trabajadores y pobres votar a favor de quienes le van a arruinar. Esta esclavitud ante el sensacionalismo o el populismo puede entenderse como una pérdida de pudor político, que es el escándalo del momento. Y el mayor peligro.
El exterminio del pueblo judío por el gobierno nazi se hizo a escondidas, ocultando las pistas y negando los hechos. Pasaron muchos años hasta que se hicieron notorios. Lanzmann concluyó su investigación y estrenó la Shoah en 1985, cuarenta años después del Holocausto. Hasta la barbarie dejaba por entonces un rastro de pudor, aunque fuera falso y simulado.
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La política actual es más impúdica. El gobierno judío actual extermina al palestino a la luz del día, con el solo cuidado de borrar la imágenes más crueles eliminando periodistas y bloqueando las comunicaciones. Y todo discurre con suficiente indiferencia por parte del resto de ciudadanos. Hoy puede despertar más indignación el maltrato de una mascota o la muerte de un toro de lidia que el bombardeo de cada día y los miles de niños asesinados.
Dios está a por uvas, las higueras se secan, Netanyahu mata palestinos y Trump sigue con sus barrabasadas y desatinos.
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