Mil
Durante los últimos años no he encontrado nada más entretenido, ni estímulo más avieso para permanecer alerta ante el mundo, que escuchar la indiferencia, el silencio o los comentarios erráticos de los demás ante estas crónicas del sinsentido
Hoy cumplo mil crónicas sobre este manicomio casero e inclasificable. La serie se inició en marzo de 2002, por invitación de María Eugenia Marcos, por ... entonces encargada de la Sección, y cosecha ahora, el 4 julio de 2025, un número redondo.
Aprovecho la efemérides para agradecer la paciencia del editor y para dejar constancia de que en el camino cometí un error garrafal. En 2006 publiqué una escogida combinación de artículos creyendo que cuatro años daban más que suficiente para hacer una primera selección. No he vuelto a hacerlo. He preferido mantener la quietud, sin moverme del sitio, siguiendo la norma que ya anticipé contra mí mismo en el prólogo de aquella edición pretenciosa y juvenil, cuya intención era recordar que todo artículo de prensa es y debe de ser efímero, pues está destinado a su desaparición y a ser sustituido en veinticuatro horas por otro que pronto caerá también en el olvido. Salvo para el investigador, todo periódico es asesino convicto y reincidente del ejemplar que le precede. No hay otra condición más frugal y trágica en el periodismo que esta que indico. Por ese motivo, la mayor trampa en la que puede caer un autor vivo es recopilar sus artículos periodísticos. Puede ser una falta tan grave como la de negarle a alguien la sepultura o la de traicionar la memoria del fallecido. Lo destinado a perecer en el acto mismo de su publicación no puede amortajarse vanamente, como si se tratara de un texto singular, entre las páginas inmortales de un libro. Eso pensé en aquel momento de publicación y no he vuelto a sufrir la tentación de reclamar ninguna prerrogativa por el estilo. Prefiero morir semana a semana que morir de golpe y para siempre sin opción de resucitar.
Como cualquier escritor inexperto, y lo sigo siendo pese al paso del tiempo, empecé por consultar los ejemplos más conspicuos del articulismo: Camba, Umbral, Gaziel, Chaves Nogales, González Ruano, Azorín, Pla... Pronto aprendí de estos maestros que un artículo escrito con regularidad es algo tan prosaico como una morcilla, elaborada con una sola idea y bien atada por arriba y por abajo. Sin embargo, a mí me ha sido imposible cumplir con estos requisitos, en especial a la hora de limitar la reflexión. Al fin y al cabo, si estos muertos semanales se resisten a su resurrección es por saturación de ideas, porque tienden a consumir pensamiento hasta la indigestión. En realidad, no he escrito artículos sino ensayos pequeños, diminutos, casi nimios, de difícil metabolismo.
En cualquier caso, quizá los verdaderos motivos que me han arrastrado a este compromiso, hoy milenario, provengan de dos fuentes distintas. La primera es de origen íntimo y familiar, pues he tratado de seguir el sendero de mi padre, quien trabajó en El Norte de Castilla toda su vida, donde escribió ripios y crónicas de toros, ajedrez y música. La segunda, más técnica, proviene de las satisfacciones propias de un ejercicio intelectual confuso y algo provocador. Pues lo que muestro atado a la columna suele ser una idea, las más de las veces contradictoria, si no descabellada, que he pasado por el corazón y la inteligencia hasta que, bien manoseada, la ofrezco ya con suficiente consistencia como para que cada lector haga con ella lo que le venga en gana. Y durante los últimos años no he encontrado nada más entretenido, ni estímulo más avieso para permanecer alerta ante el mundo, que escuchar la indiferencia, el silencio o los comentarios erráticos de los demás ante estas crónicas del sinsentido, donde es absurdo preguntarse siquiera si se han entendido cuando ni el autor tiene una idea forjada y cabal sobre lo que ha escrito.
Tan solo le salva una circunstancia. Lo que cuenta no es tanto de su cosecha como restos de la enseñanza que durante cuarenta años ha recibido de muchos supuestos alienados que me han hecho compañía y que no son más que gente sensata aunque, más veces de lo habitual, algo desdichada. Mil gracias les sean dadas por su tiempo y su generosa elegancia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.