Fascisismo
«Hay quien no se siente nadie y se angustia, violento e inseguro, si no expulsa de su entorno o persigue a toda costa a quien no pertenezca al espacio acotado por sus cuatro puntos cardinales, los citados sexo, raza, nación y distinción social»
Las cuestiones que afectan a la orientación sexual y al género que le acompaña nunca van solas. De hecho, las actitudes homófobas o tránsfobas, propias ... de un amplio colectivo social, no se dan exclusivamente en el dominio de la sexualidad, sino que se acompañan de otras exclusiones que redundan en un paquete común que conocemos como paquete fascisista.
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El fascisismo es un estado mental ambiguo que vive indeciso en tierra de nadie pero que está siempre a punto de capotar y escorarse a fascismo puro. Se compone de cuatro elementos básicos y uno suplementario que aglutinan una reacción de intolerancia, exclusión y violencia muy característica. Hoy identifica a una población numerosa, tanto con ideología de derechas como de izquierdas, pues en estos temas viscerales los extremos se atraen como un imán incandescente.
Como digo, los ingredientes nucleares son cuatro, sexo, nación, raza y clase social, admitiendo que las guerras de religión están más amortiguadas en este siglo y han sido sustituidas por la fe capitalista. Por eso excluyo a Dios en esta ecuación, aunque tiene la puerta abierta para incorporarse a esta historia posmoderna en cualquier oportunidad. En todo caso, la intolerancia contra la sexualidad disidente, liderada por el macho fálico acojonado –nunca mejor dicho– ante las arremetidas de la cuarta ola feminista, se expresa simultáneamente por su rechazo del extranjero, su ofensiva patriótica y la defensa encarnizada de su rango. Bien entendido que estamos hablando de exageraciones, pues siendo yo de esta tierra, por poner un ejemplo comedido, no veo nada anómalo ni exagerado en ser amante declarado de mi región y admirar con nacionalismo sublimado el paisaje y paisanaje de Berrueces o de Melgar de Abajo. Lo que se vuelve más dudoso, y cabe incluirlo en el fascisismo general, es que la feliz contemplación justifique el desprecio y rechazo de quienes no son del mismo terruño y no comparten el mismo barro.
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La afinidad de los cuatro elementos citados descansa en que son tumoraciones de la identidad. Hay quien no se siente nadie y se angustia, violento e inseguro, si no expulsa de su entorno o persigue a toda costa a quien no pertenezca al espacio acotado por sus cuatro puntos cardinales, los citados sexo, raza, nación y distinción social. Una cartografía que la rebelde Kimberlé Crenshaw reunió en su concepto de 'intersección', y que aquí nos sirve para delimitar el perímetro de la intolerancia hispana y no tan hispana.
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Fascisista, entonces, es quien se opone con cajas destempladas, incluso con furia y saña, a todo el que defienda la sexualidad polimorfa y no binaria, o no interponga decididamente una barrera insalvable entre ellos y nosotros, entre los suyos y los nuestros.
Circunscrito este territorio, y recurriendo ahora a mi experiencia personal, añadiría un quinto elemento suplementario que no es otro, como cabe esperar, que la locura. Porque el loco, con su genio y su rebeldía, pone en jaque la identidad de los demás, tanto o más que quien da muestras de disidencia y extranjería. Lo que asusta tradicionalmente de los locos, aparte de su racionalismo más o menos mórbido, es la delgadez de su identidad, el modo como se las arreglan con una corteza tan fina que les obliga a aislarse y a establecer fronteras tajantes con los demás. Esta osadía defensiva, por otra parte tan peligrosa y doliente para ellos mismos, perturba al fascisista, siempre intimidado por quien deja adivinar que disfruta de secretos placeres que él desconoce y envidia.
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Lo que pone en solfa nuestra identidad, por consiguiente, es la suma de la extrañeza del loco, el amor del homosexual, la libertad del apátrida, la multiplicidad babélica de las lenguas y el colorido oscuro y variado de la cara. Elementos sobresalientes que el fascisista repulsa y que envuelve sin pensárselo dos veces en un indigesto paquete que enseguida tramita.
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