Disimular
«El silencio, las más de la veces, era considerado como un buen complemento para la belleza interior de la gente. De esta suerte, la discreción pasó a ser la virtud principal del momento, como la mesura pasional lo había sido durante las civilizaciones precedentes»
Qué es mejor, disimular los vicios o las virtudes? Es difícil decidirse. La alternativa no es limpia ni transparente. La inclinación natural es ocultar los ... primeros y exhibir las segundas, pero la astucia a veces recomienda algo diferente. Hay muchas formas de disimular y ocasiones muy distintas, cada una con su elección preminente. Además, no todos los vicios son iguales, unos son vergonzosos casi siempre y otros se acompañan de algún eco de orgullo que los distingue.
Por otra parte, cada época tiene sus estilos y preferencias para enmascararse. Si nos remontamos a Torquato Accetto, autor en 1641 de 'La disimulación honesta', leemos que «a menudo es virtud sobre virtud el disimular la virtud». Este señor lo tenía claro. En pleno Barroco, cuando se predicaba mucha prudencia y se adornaban las artes con arabescos sinuosos y recargados, podía ser más útil pasar por la vida en silencio y de modo discreto, que llamar la atención. Disfrazar los valores y merecimientos evitaba envidias y malas querencias. El silencio, las más de la veces, era considerado como un buen complemento para la belleza interior de la gente. De esta suerte, la discreción pasó a ser la virtud principal del momento, como la mesura pasional lo había sido durante las civilizaciones precedentes.
Con la modernidad, curiosamente, se perdió buena parte del pudor. Mandeville defendió que los vicios privados, como la ambición, la avaricia, el egoísmo o el lujo, repercutían favorablemente en la prosperidad social. Ecuación que alimentaba internamente la deriva capitalista, que desde entonces va dejando tras de sí, a orillas del progreso, un reguero de injusticia y desigualdad. La sociedad solo podía ser virtuosa a condición de que los individuos no lo fueran, vino a remachar finalmente Sade, quien aparte de su escaso prestigio y sus muchos defectos, es un ejemplo luminoso de la verdad más secreta.
Hoy, en cambio, parece que estos vaivenes argumentativos son enjuiciados como tiquismiquis que boicotean la vida, expurgan el placer e impiden a cada cual ser como es o como cree que es. Lo que importa por encima de todo es lo evidente y excesivo, el enyosamiento engreído, la visibilidad constante. Avanzar ocultándose, como proponía Descartes, ya no moviliza a casi nadie. Al contrario, se ha hecho de la mentira indisimulada, multiplicada en mil mentiras, cada una más descarada, un magma de realidad que no es posible refutar. Salir al paso de todas ellas resulta imposible, pues hacen de su espectáculo su verdad, y desmontar alguna suelta vuelve irrelevante el resultado y ridiculiza el esfuerzo.
La posverdad no solo ha perdido el hábito del disimulo, pues no intenta camuflar la mentira, sino que la utiliza como ingrediente de publicidad. La posverdad solo pervive si se hace pública, si es masiva y si arranca el consentimiento de los demás. Esta es su mayor fuerza pero también su debilidad. Necesita un púlpito donde hacerse oír y un escaparate para hacerse observar. Precisa de un magnate y de una red social para sacar el saco de mentiras a pasear. Dadas estas condiciones, es de suponer que la verdad volverá a resurgir y se impondrá. Aunque quizá lo haga demasiado tarde y los lamentos intermedios se impongan al resultado final.
«Se distinguen por pasar desapercibidos en su tiempo, como si fueran Accettos modernos»
No obstante, pese al empuje de la sinrazón, sigue habiendo muchos sujetos, contados entre los más valiosos, que como los héroes morales del pasado eligen el silencio, la discreción y la ecuanimidad. Se distinguen por pasar desapercibidos en su tiempo, como si fueran Accettos modernos, y mantenerse en segunda fila para no ser reconocidos al pasar. No es raro que se muestren modestos pero al tiempo profundamente orgullosos de su humildad. Sencillamente, disimulan sus valores y hacen de la disimulación virtuosa su tarjeta de identidad. Dios nos conceda la suerte de conocerlos y disfrutar largamente de su clandestinidad.
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