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'El hombre de Vitrubio', de Leonardo Da Vinci. El Norte
Crónica del manicomio

El cuerpo parlón

«El cuerpo, como componente más cercano del polvo y la tierra, opta por hablar incluso cuando no le toca, y exige respeto y verdad para tratar de no convertirse en víctima de nuestra soberbia»

Fernando Colina

Valladolid

Viernes, 24 de noviembre 2023, 00:32

El cuerpo es muy parlón. A veces, cuando estamos más absortos o entretenidos, nos interrumpe y se pone a hablar en su lengua de trapo, ... mezcla de carne y piel. Su decir es un decir molesto e intempestivo. Tiende a contar lo que callamos de nosotros mismos cuando nos defendemos. De repente, el cuerpo se llena de dolores, contracturas, jaquecas o eccemas que no tienen más causa que nuestro propio silencio. Si el mutismo se alarga, por el miedo o el orgullo que nos impide hablar, entonces alguien tiene que hacerlo y el cuerpo en esta tarea es muy complaciente y oportuno. Siempre está dispuesto a decir a su modo lo que nosotros no reconocemos o tratamos de ocultar.

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Hasta cierto punto, el cuerpo no solo es lenguaraz sino también chivato. Le gusta interrumpir la conversación y con sus molestias denunciar nuestra hipocresía. Abusando de su proximidad irrumpe con su voz en los conflictos más íntimos, que observa en directo como testigo más cercano al litigio.

Toda somatización, toda molestia física de origen psíquico, es una revelación implícita de nuestra debilidad o de nuestra impostura. En el primer caso, nos anuncia que ya no podemos con tanta carga, tanta ignominia o tanta acumulación de infortunios. Araña y duele con rabia cuando ya no resiste tantos inconvenientes, frustraciones y desgracias. En el segundo, más allá del capítulo de las desventuras, el cuerpo habla cuando advierte que nos hacemos demasiadas trampas. El cuerpo es muy exigente con la verdad, así que en cuanto capta que nos engañamos con nuestros deseos y nuestra vanidad, envía una advertencia física a nuestra conciencia moral.

El cuerpo es demasiado veraz para lo que estamos acostumbrados a soportar. Por eso nos llenamos de tantas molestias y tantos puntazos. En realidad, siempre vivimos algo desencajados en el cuerpo porque también lo estamos en la naturaleza. Vivimos en un exilio que nos hace sentirnos algo desplazados del planeta y del mundo animal. No encajamos del todo. Pese a nuestra admiración por la naturaleza, la destruimos y contaminamos sin respeto ni miramientos. En realidad, la envidiamos y nos aprovechamos de ella. Y, por extensión, sentimos que el cuerpo se enemista con nosotros, y nosotros con él, porque no nos pertenece del todo y está más cerca del terreno y del resto de bichos y bestias que de la conciencia.

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La especie humana no es tan natural como pensamos. Nace inadaptada y sin instintos, como si de antemano se hubiera desviado de su destino. Así que el cuerpo, como componente más cercano del polvo y la tierra, opta por hablar incluso cuando no le toca, y exige respeto y verdad para tratar de no convertirse en víctima de nuestra soberbia.

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