Ha dicho Jesús Julio Carnero que debemos «evitar el uso partidista de nuestra historia más reciente». Me sorprende y me decepciona. En primer lugar, porque ... la idea no es suya y ni siquiera debiera tocarla con un palo; en segundo, porque lo ha hecho sin rubor alguno, como si esa ocurrencia, vertida de pronto y a traición en la marmita, tuviera sentido. Sin embargo, es tan delirante y descarriada como acusar de adoctrinamiento a la autoridad educativa con un catecismo en la mano.
Publicidad
Traga y asume el consejero de Presidencia de forma implícita que el partidismo es malo cuando, si ese fuera el caso, ha de recordar que lo afirma desde una tribuna política que es, por naturaleza, partidista. Y lo hace, además, como representante público que debe su posición y responsabilidad al partidismo, precisamente cuando se dispone a iniciar una nueva función de gobierno de forma partidista.
Espero que no sea esa su intención, porque me costaría sobremanera concebirla, del mismo modo que me siento incapaz de imaginar a un cocinero ante la puerta de su restaurante afirmando que se ha de evitar el uso gastronómico de la alimentación, o a un librero lamentando que en su tienda aún se hace un uso mercantil de la cultura. Además, es incomprensible que Carnero demonice de tal modo el ejercicio partidista, dada su trayectoria.
Cuestión aparte y alarmante sería que el consejero, admitiera de pronto ese carácter peyorativo del partidismo que lleva implícita su frase y que —como sostienen desde las filas de Vox— adoptara la idea de que solo hay una forma de hacer las cosas en un gobierno: la debida, la del «sentido común», la «de cajón», la de «porque sí y punto pelota», mientras todo lo demás huele a partidismo, sesgado e interesado. Y por supuesto que lo es. En ello se fundamenta el avance conjunto de una sociedad plural: en el reflejo y la representación de sus dispares sensibilidades.
Publicidad
Acaso se pretende, de igual modo, afirmar que la historia es solo una, la «verdadera»; esa que suele regodearse satisfecha gracias al recurso narcótico y cada vez más utilizado de la conmemoración mientras goza de la monumentalidad, de la cronología fastuosa, del orgullo superlativo fruto de una identificación ventajista; acaso estemos ante la sugerencia aberrante de que toda interpretación historiográfica se aleja del indiscutible curso de los hechos glosados por la crónica vencedora. Afear el partidismo brotado a través de los poros de una ciencia social, afear el partidismo en una disciplina adscrita a las humanidades en el ejercicio de la interpretación historiográfica es una de dos: o un sinsentido inconsciente o una intencionada perversión.
Aun así, lo más delirante en la declaración de intenciones mecida por el nuevo consejero de Presidencia pasa por ceder a la pretensión de un ocultamiento y una tergiversación humillante que se pretende propinar a la aún pendiente, esforzada y dolorosa recuperación de víctimas y testimonios que progresa no sin esfuerzo y obstáculos.
Publicidad
El último paso de la represión es la implantación del olvido y la Ley de Concordia amenaza con darlo. Y aunque sabe bien Carnero que la concordia solo podría ser el postre de este menú y que no puede haber atajos ni trampantojos en la recuperación de la memoria histórica —pleonasmos aparte—, admite el rumbo fijado por Vox como si en ello no hubiera traza alguna de ese partidismo que tanto le incomoda en la historiografía. Y aunque sabe también el consejero que la concordia no podrá ser jamás la causa de la paz social, sino consecuencia de la justicia y la reparación, ha optado por calzarse una yunta que le es totalmente ajena y tirar con carros y carretas de otro. Él sabrá lo que hace.
3€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión