El mandato de Srebrenica
Un aterrador ejercicio de limpieza étnica que fue condenado como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia
El trigésimo aniversario de la matanza de Srebrenica, el enclave bosnio en el que los serbios asesinaron a más de 8.000 hombres y niños musulmanes en un aterrador ejercicio de limpieza étnica que fue condenado como genocidio por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia, obliga a volver la mirada a una masacre que sigue interpelando tres décadas después. Lo hace como lacerante memoria no solo de las atrocidades que pueden protagonizar los seres humanos más sectarizados, los que han dejado de contemplar al otro como alguien con su misma piel y su mismo derecho a vivir en libertad; también del daño irreversible al que puede contribuir una comunidad internacional indiferente, equidistante y, a la postre, condescendiente con la barbarie. Porque no mirarla de frente escudándose en una diplomacia equilibrista siempre acaba beneficiando al agresor. Y eso sirve para la crueldades pasadas, las presentes –sea Ucrania, sea Oriente Próximo– y las que quepan en el futuro si el matonismo como arma persiste o se extiende. Pero Srebrenica es, también, un recordatorio del mandato de combatir con derechos y democracia la intolerancia cercana que degenera en violencia. La que empieza cobrándose la vida del vecino.