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Martín Olmos

Elecciones, crisis, invasiones... ¡qué más puede pasar!

«Sería bueno y deseable que, cuanto antes se recuperara la capacidad política, legítima y representativa, en ese espacio que ha venido ocupando el PP»

Jesús Quijano

Valladolid

Domingo, 6 de marzo 2022

Efectivamente, hay épocas en que el encadenamiento de sucesos negativos o inquietantes hace que unos se sobrepongan a los otros hasta un punto en que ... se pierde la dimensión real de cada uno, porque el siguiente relativiza al anterior y así sucesivamente. Parece que algo de esto ha pasado en estos tiempos, prácticamente en lo que llevamos de siglo. Porque si volvemos la vista atrás, aquella crisis económica que empezó en la primera década, con profundas secuelas que aún perduran, hizo palidecer lo que hubiera ocurrido antes, lo mismo que la reciente pandemia, por su dimensión y sus efectos en todos los ámbitos, vino a interferir en lo que empezaba a ser un atisbo de recuperación de aquella primera crisis. Y otra vez ahora, cuando la crisis sanitaria daba muestras de evolución favorable hacia una normalización vigilante de la vida social y económica, los acontecimientos del Este de Europa, de imprevisibles consecuencias, nos vuelven a sumir en la inseguridad, en la preocupación, o directamente en el miedo.

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Incluso si hacemos el recuento de abajo hacia arriba, la relación de acontecimientos no puede ser más llamativa. Andábamos de puertas hacia adentro, en nuestro entorno más inmediato, dándole vueltas a la situación derivada del resultado de las elecciones regionales del 13 de febrero, y encontrábamos ahí una causa de incertidumbre en la proximidad. Tal vez cuando se constituyan las nuevas Cortes de Castilla y León en unos días se aclare algo el panorama, pero, hoy por hoy, las opciones de gobernabilidad, aunque podamos intuir cuál vaya a ser la solución final, no están claras. Es evidente que un bloqueo que llevara a repetir elecciones sería enormemente negativo, como podría serlo, aún en menor grado, una fórmula de gobierno afectada permanentemente por la inestabilidad, la indefinición o la parálisis. Habrán transcurrido ya los tres primeros meses del año, y la ausencia de presupuesto y de objetivos actualizados, cuando se está ventilando el empleo ágil y eficaz de los fondos europeos de recuperación, es lo menos recomendable. Tal vez ya no tenga mucho sentido mirar hacia atrás para confirmar que aquella convocatoria electoral con disolución anticipada no fue un acierto; pero debiera servir, al menos, de toque de atención para orientar el futuro inmediato con más disposición al diálogo y al acuerdo, poniendo en juego, en su caso, los votos favorables o las abstenciones en cuanto resulten útiles, e incluso, rentables, políticamente.

Así que estábamos, y estamos, en esa disyuntiva, y estalló, también de puertas, o mejor, de fronteras adentro, la crisis del PP nacional, haciendo subir otro peldaño la escalada de la incertidumbre. Sin duda que habrá opiniones, y hasta deseos, para todos los gustos; lo mismo que hay innumerables análisis a propósito de las causas por las que se llegó hasta ahí, si fueron evitables, si había otras salidas, especialmente teniendo en cuenta que por momentos soplaron vientos favorables para esa formación. Pero más allá de lo que cada uno pueda pensar o preferir, lo cierto es que la crisis de uno de los partidos con capacidad de gobernar el país, que lo ha gobernado, y puede volver a gobernarlo, no es una buena noticia. La historia y la experiencia nos dicen que la estabilidad y el progreso, en los países más avanzados, han estado relacionadas con el equilibrio político que deriva de la canalización de las aspiraciones mayoritarias de la sociedad en dos grandes corrientes, del centro hacia la izquierda y del centro hacia la derecha, respectivamente, y con evidente simplificación de lo que hoy son las tendencias ideológicas y sociológicas, sin duda más plurales que en otros momentos. En nuestra etapa constitucional, la alternancia en el gobierno ha tenido esa impronta, y sería bueno y deseable que, cuanto antes, máxime en la situación actual, llena de retos que necesitan acuerdos de país, se recuperara la capacidad política, legítima y representativa, en ese espacio que ha venido ocupando el PP. Si, como parece, el elegido para pilotar la nave es el Presidente Feijóo, habrá que desearle suerte en el ejercicio de la función, tacto y prudencia hacia adentro y altura de miras hacia fuera. Recuérdese que en el Parlamento de Galicia sólo hay PP, PSOE y BNG, y que el PP tiene reiterada mayoría absoluta; allí no hay Vox, ni Podemos, ni Ciudadanos, ni grupos provinciales o locales, con representación parlamentaria. La política nacional es algo más compleja, como es obvio, y necesitará algo de tiempo el nuevo líder para situarse como tal en un escenario tan distinto; y también apoyos y complicidades, lógicamente.

En esta coyuntura estábamos, y entró en escena la derivada más intensa y más trágica que pudiéramos imaginar, que es la que procede de una invasión militar unilateral de un país a otro, ahí al lado, en la Europa a la que pertenecemos. Y todo lo demás quedó oscurecido. Se puede discutir si, desde la desaparición como tal de la Unión Soviética para acá, las relaciones entre la Unión Europea y Rusia han sido suficientemente correctas; si se podía haber hecho algo más para mejorarlas, superando la desconfianza recíproca; si la confianza, un tanto ingenua, de que finalmente el conflicto no llegaría hasta donde ha llegado, fue excesiva, en la medida en que impidió aplicar estrategias disuasorias con carácter previo. Se puede discutir todo eso, y mucho más. Pero el hecho consumado de la invasión, tan absolutamente reprobable, se impone sobre cualquier otro debate y hace que no tenga sentido la reflexión melancólica.

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Ahora se trata de actuar. Comprobado está que la vía diplomática no tiene efectos cuando al otro lado hay un insensato enloquecido. Quizá tenga algún efecto la vía económica que se está aplicando, porque, en una economía globalizada, impedir el acceso a los flujos financieros internacionales, limitar la rentabilidad de las inversiones en el exterior, dificultar la movilidad de los fondos y la disponibilidad de las cuentas, o condicionar la actividad empresarial, hace mucho daño. Para una economía como la rusa, con un grado elevado de expansión, todo eso es un serio inconveniente. Si se trata de hacerle insostenible a Rusia la continuidad de la invasión de Ucrania, esa vía es efectiva. Pero tampoco será suficiente a corto plazo, estando la escalada invasora en un nivel tan alto de intensidad. Por eso está bien que, junto a las medidas humanitarias de ayuda y acogida a la población civil, se hayan iniciado otras vías, y concretamente el envío a Ucrania de material militar con fines defensivos, ya que la intervención militar directa allí mismo no estaría amparada por las vigentes estructuras de cooperación. Y está muy bien que la iniciativa esté en la Unión Europea, que esta vez está mostrándose como tal Unión, porque dejar la iniciativa al amigo americano no mejoraría nada esta vez. Y lo está, en fin, que España se haya sumado a la iniciativa en todos los aspectos, también en el envío de armamento de defensa, aún a riesgo de que salten chispas en la coalición. Si algo está claro en este momento y en este conflicto, tan cercano, tan lleno de riesgos, es que las posiciones estéticas no sirven para detener una invasión como la que se está produciendo. Lamentablemente, es así; hay veces en que la eficacia, no exenta de principios éticos, exige decisiones de esa naturaleza. Y éste es el caso.

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