Todos los oficios, los trabajos, las disciplinas, están llenas de virtudes y excelencias, pero también de trampas e imposturas. En algunas es muy difícil conocer ... en profundidad el régimen de verdad que las rige. Es muy complicado desenmascarar los intereses personales y corporativos que sostienen los discursos y las prácticas de algunas profesiones.
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La mía, por ejemplo, es una profesión laberíntica en ese sentido. Siempre cuenta con dos corrientes opuestas. Una, por ejemplo, defiende que las locuras son enfermedades mentales de origen genético y raíz biológica, que siguen el mismo patrón que el resto de las dolencias físicas: causas, mecanismos de formación, sintomatología, evolución, pronóstico y tratamiento. Mientras que la otra corriente sostiene que las locuras no son enfermedades sino simples distorsiones mentales y distintos modos de defenderse en la vida. Formas que, en todo caso, no siguen los cauces de la biología sino más bien los de la psicología y sociología.
Por si estas diferencias fueran pocas, también se oponen en cuanto al papel que conceden al diagnóstico. Unos creen que es indispensable y que debe formularse lo antes posible. Otros, en cambio, denuncian el diagnóstico como nuevo manicomio simbólico, que, en vez de muros de ladrillo, alza tapias con símbolos que estigmatizan al ciudadano llamándole psicótico, esquizofrénico, paranoico o bipolar. A su juicio, cuando te diagnostican solo se consigue quedar preso en un nombre y señalado para toda la vida.
Muchos, por seguir con estas alternativas, llaman tratamiento al que echa mano de los psicofármacos como herramienta principal. Otros, bastantes menos en la actualidad, reducen su tratamiento a la tarea de acompañar, escuchar, hablar y orientar a las personas, dejando los tranquilizantes en segundo lugar. Los primeros son en general partidarios del electrochoque, mientras que los segundos, ante ese recurso de barbarie e ignorancia, prefieren trazar una línea roja que nunca se atreverán a traspasar.
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Pero la diferencia principal se da entre los que proponen un bello discurso sobre la atención precoz y continuada, capaz de conseguir que el loco logre la autonomía y el empoderamiento que le espera al final. Mientras que la psiquiatría contraria te animará a dejar el tratamiento lo antes posible y, si cabe y quieres realmente emanciparte, te propone que intentes alejarte de la psiquiatría y los psiquiatras cuanto antes.
Vista esta polaridad, no es de extrañar que quien vaya al psiquiatra no sepa lo que se va a encontrar. E n cualquier otra rama médica un sinvergüenza puede tratar tu diabetes de modo correcto u operarte una hernia de forma espectacular. Pero si estás dolorido en el alma y acudes al psiquiatra es mucho más difícil separar las cualidades personales de la excelencia profesional. Aunque también se da.
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