El desconcierto europeo
«La imagen de fragilidad transmitida por la UE era difícil de imaginar, lo que repercute en su pérdida de peso geopolítico con ejemplos muy claros al respecto»
La unidad europea es un sueño de siglos cuyo logro nunca estuvo más cercano que en los últimos años, pero la Unión Europea vive una ... situación incierta confirmada por un devenir cotidiano cuya salida no acaba de verse. Tal vez su origen se remonta al vértigo creado por el acuerdo de una Constitución Europea (2004), de cuya ratificación por los 27 países miembros se desistió tras el rechazo de Francia (2008). La UE mantiene estabilizado su statu quo como espacio económico y cultural, pero sin evolucionar y las noticias no son propicias, ni ante las crisis internas, cuya máxima expresión es el brexit, ni en sucesivas crisis globales (financiera y pandémica). Falta liderazgo respecto a otras épocas, el mundo es hoy mucho más complejo y el fin del enfrentamiento este-oeste, dejó paso a un mundo global multipolar acelerado por la Revolución Digital.
La covid-19 cambió la vida del planeta hace un año y los europeos conocimos una realidad, de imprevisible alcance económico, que imponía restricciones sobre derechos ciudadanos, confinándolos en sus hogares, cerrando múltiples actividades y limitando la movilidad ciudadana. Las fricciones internas y la difícil coordinación de 27 países, con sensibles diferencias internas, dejan secuelas que parecen impropias del entorno más libre y confortable del mundo. La pandemia evidencia grandes vacíos estratégicos, agravados por las dificultades en la toma de decisiones. Pero la mayor sorpresa fue la carencia de recursos sanitarios básicos (mascarillas, EPIs, respiradores…) que provocó muertes que podían haberse evitado y constató el fracaso de coordinar una compra unitaria, sustituida por un sálvese quien pueda. Las carencias se han corregido meses después, pero debe entenderse el valor estratégico de determinados productos básicos.
La rápida respuesta en patentar vacunas, fruto de los grandes avances en biotecnología, no logra la misma celeridad en su aplicación. Una vez más, decepciona la elección europea; su apuesta por la opción británica, ya fuera de la UE, de Astrazeneca plantea menor eficacia, más riesgos y peor suministro que otras opciones. India es la 'farmacia del mundo', en especial para países pobres, produce la vacuna británica de forma masiva y exportaba la mayor parte de su producción, pero afronta una segunda ola muy agresiva y ha optado por priorizar necesidades internas, reduciendo el suministro exterior sensiblemente. Las repercusiones son la base de partida ideal para crear el desconcierto al llegar menos vacunas y lograr que cada país, incluso administraciones regionales, se 'busquen la vida' y recurran a competidores económicos y estratégicos, ante la ausencia de una opción europea solvente. ¡Lamentable! Pero lo peor es que los coronavirus están aquí para quedarse, de modo que sus vacunas pasarán a formar parte del ritual anual de vacunación. Eso supone miles de millones de vacunas, un negocio formidable de escala global y un prestigio geopolítico, como bien saben China y Rusia. Mientras, la UE sigue sin desarrollar, aunque sea con retraso, una vacuna propia que garantice su independencia ante un problema de salud tan determinante. El panorama es caótico por las frustraciones de suministro, los cambios de criterios y el predominio de una mala gestión política, utilizada como arma arrojadiza, frente a la deseable gestión técnica, pues la enfermedad no entiende de ideologías. Debe concluirse que la UE precisa tener capacidad y desarrollar una vacuna propia. Dentro del desbarajuste, tal vez puedan prosperar las opciones españolas de vacuna; tres equipos trabajan en ello con resultados esperanzadores pero, por desgracia, manejan recursos muy limitados en investigación.
El brexit es una mala opción para Europa y el Reino Unido, cuyo impacto camufla la pandemia y el tiempo pasará la factura, pero Boris Johnson puede alardear de su 'éxito' ante la burocracia comunitaria y la deficiente gestión de la covid-19. Tras la fuga británica y cuatro años de ninguneo por la Administración de Trump, la UE trata de recomponer sus fuerzas tras la covid-19. Apuesta por un Plan de Recuperación post pandemia, de desarrollo verde y digital, dotado con 1,8 billones de euros (2021-2027), que la sitúe en cabeza de la lucha contra el Cambio Climático y la Sostenibilidad. Es la esperanza del Gobierno español, pero acceder a esos fondos no va a ser fácil, como ya se ve. En realidad no cubren el incremento de la deuda pública de 2020 (156.750 millones euros).
La imagen de fragilidad transmitida por la UE era difícil de imaginar, lo que repercute en su pérdida de peso geopolítico con ejemplos muy claros al respecto. El desaire de José Borrell con Rusia, lo ha superado el esperpento del viaje a Turquía de Charles Michel, jefe del Consejo Europeo, y Ursula Von der Leyden, presidenta de la Comisión Europea. Ambos tienen el mismo rango, pero sólo había una silla junto a Erdogan, a la que se aferró Charles Michel y Von der Leyden acabó en un sofá. En ningún momento Michel se planteó ceder su lugar para evidenciar la anomalía y marcar la distancia de la UE; otra muestra de buena cohesión interna de la UE y su respeto por los autócratas. En vista de lo mal que se dan los últimos viajes institucionales, tal vez sea mejor que se confinen.
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