Derroches y esperanzas del nuevo año

«Hay ganas de paladear la sensación de que el mundo vuelve a su sitio; y el placer o el lujo a allí donde se encontraban con anterioridad a que la peste que arrasó aquel orden (...) llamara a nuestras puertas como jinete del Apocalipsis»

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 31 de diciembre 2022, 00:54

Recogía este periódico noticia de cómo en estos días tan singulares los hospitales de Valladolid afrontarán con esmero la cena de Nochevieja y ágapes de ... Año Nuevo o Reyes. Cosa muy de agradecer, ya que no es para menos. Porque se trata de fechas que pueden ser tan proclives a la alegría como a la tristeza; de banquetes excesivos y primeras borracheras; o comidas forzadamente frugales y solitarias cenas de hospital. Así que bienvenidos sean esos menús excepcionales para quienes, estando enfermos, han de permanecer ingresados en residencias sanitarias. Y que disfruten de cordero, salmón y carrilleras de ternera, coronados por sabrosos postres de frutas o dulces. Lástima que, por razones de salud y economía, no quepa posibilidad de que los ingresados caten -igualmente- los excelentes caldos del privilegiado territorio vallisoletano que se denomina la Milla de Oro del vino.

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En casas y hoteles, el derroche estará garantizado. Hay ganas de paladear la sensación de que el mundo vuelve a su sitio; y el placer o el lujo a allí donde se encontraban con anterioridad a que la peste que arrasó aquel orden y descubrió sus vergüenzas llamara a nuestras puertas como jinete del Apocalipsis. Venimos -además- de un tiempo en que programas de televisión, películas y noticias ya giraban muy a menudo -y lo siguen haciendo- en torno a la gastronomía o sus productos, alcanzando inusitado prestigio. Lo que, en términos generales, es algo merecido y una causa de satisfacción para quienes gocen de todo ello, pero sin olvidar un aspecto inquietante: que tanta atención por comer, beber y el lujo relacionado con degustar los manjares más caros también parecería haber adquirido -a veces- el carácter de una obsesión. Preocupación constante que, en ciertos casos, viene a recordar -a quienes vivimos años de penurias- un periodo en que la ostentación de comida se tornó enfermiza y su escasez una auténtica tragedia. Los personajes de tebeos retrataban perfectamente los extremos de esa España injusta y fea: los ricos figuraban sentados a la mesa con muslos de pollo en la mano; los pobres -como Carpanta- buscaban desesperadamente un bocadillo a lo largo de infinitas historietas en las cuales los verdaderos protagonistas eran el hambre y la necesidad.

Porque ambos han vuelto. Desde hace un mes, el Banco de Alimentos de Valladolid realiza la llamada Gran Recogida, una campaña solidaria que recoge y gestiona donativos directamente 'en caja' o -también- en especie para favorecer con esos fondos a los 'más vulnerables'-como se dice ahora-; o, para expresarlo sin eufemismos, a quienes se encuentran hundidos en la pobreza. Y es que aumenta la exigencia de redistribuir los productos que se desperdician y ayudar a los poco afortunados a intentar salir del hoyo de la exclusión. Pues -seguramente- no resulta casual que, como en la oscura época de los siniestros personajes de tebeo arriba mencionados, los contrastes entre abundancia y privación se muestren -en la actualidad- con toda su crudeza. Y la realidad desmienta cada día ese mantra que la narrativa del capitalismo triunfante tanto ha contribuido a difundir últimamente: que, cuanto más rica se haga una minoría, menos miserables serán los que queden marginados del festín de excesos del consumo; de ese paraíso reservado a una élite que se cree dueña del mundo, deja sin trabajo y sustento a montones de trabajadores y dilapida millones de euros en caprichos o extravagancias. Dado que, por numerosos que sean los desheredados, recibirían -en el peor de los casos- las migajas que caigan del mantel de los elegidos.

Visto el panorama que nos rodea, se vuelve preciso reflexionar sobre el significado de tales semejanzas entre unos momentos de la historia en que un abismo de inhumanidad separaba a ricos y pobres, asumiendo que los desequilibrios y diferencias han regresado. Y que, como escribe Harari: «Desde la crisis financiera global de 2008, personas de todo el mundo se sienten cada vez más decepcionadas del relato liberal». De ahí que imperen las visiones apocalípticas del futuro, aunque algunos todavía nos empeñemos en mirar con esperanza el año que empieza…

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