El muerto, aquella vez, era el alcalde de Toro. Y el punto en el que murió, la recta de Coreses, una trampa a plena vista. ... Un muerto que me dejó un poso de desazón porque, por aquel entonces, ya estaba en construcción un pedacico de la anhelada autovía entre Tordesillas y Zamora. Ocurre que alguien, porque era ¿más barato? ¿más rápido? ¿más eficaz? ¿más electoral?, decidió que en esos 63 kilómetros el tramo más urgente, el prioritario, el que comenzó las obras antes que nadie, era el de Tordesillas a Villaester. Al lado de la trágica recta de Coreses, con sus decenas de salidas, entradas, caminos y cruces, 17 kilómetros de plácido paseo.
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Las cifras más negras, las que destacan muertos y heridos, demuestran que las decisiones que se adoptan sobre las infraestructuras también matan. Antes de inaugurarse el tramo Tordesillas-Villaester, en la N-122 a su paso por la provincia de Zamora se registraban 54 accidentes de media en vías interurbanas. Al año siguiente, cuando se remató el trozo Villaester-Toro, se contabilizaron 50. Desde 2005, cuando se terminó el tramo de Coreses, el último que Zamora conoce de la Autovía del Duero, porque de la capital a Portugal, ná de ná, la media es de 12 accidentes anuales.
Eso, traducido a muertes, supone pasar de ocho fallecidos a dos al año, según la estadística del Ministerio de Movilidad, Transporte y Agenda Urbana.
Y eso, traducido a la rutina cotidiana, son seis familias menos con crespón negro. Seis lutos prematuros menos. Seis vidas que siguen con sus cuitas, sus momentos difíciles, sus disfrutes y sus pildoritas de felicidad hasta que toque. Seis 'vidas vivas' más cada año. Que no es lo mismo que sumar seis muertos un año y otro y otro y otro...
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