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Al poco de alborear la centuria, cuando el estallido de la burbuja financiera, creíamos que los banqueros se nos llevarían por delante, y los gobiernos ... acudieron a su rescate –con dinero público–; después, el chinavirus, quimera desatada para extinguir a la especie humana, no logró acabar con la tozuda población mundial y, por último, la dana levantina y levantisca se presentó –con preaviso– y ningún gerifalte de hogaño supo, ni acaso quiso, detenerla: el ciudadano solo es un voto útil en campaña electoral, porque el resto de la legislatura allá se pudra, piensan. Hoy, los invocadores del meteorito, que son muchos, al fin han sido escuchados y ya viene hacia la Tierra a toda velocidad como un ser celeste que, llamado a tiempo, viene a 'arreglar' Sodoma y Gomorra. Fue Camille Flammarion, un intelectual millonario, el primero que al paso de la visita del cometa Halley en 1910 se refirió en L'atmosphère a las consecuencias catastróficas del célebre asteroide, cuyo gas cianógeno aseguró iba a extinguirnos. Después, The New York Times y The Odgen Standard ampliaron dicha información con datos científicos, y comenzaron los suicidios, las orgías, el vandalismo y hasta los rituales de sacrificios humanos: lo peor de la naturaleza humana hizo acto de presencia hasta que el aerolito pasó de largo, porque no éramos tan importantes. Las agencias aeroespaciales calculan que podría impactar aquí el 22 de diciembre de 2032, pero en este panorama de catastróficas desdichas, el maratoniano de la carrera por la extinción de la especie igual lo termina ganando algún populista enloquecido apretando el botón rojo y 2024 YR4 –que así se llama el bólido extraterrestre– se quedaría con las ganas. Después de la tragedia consentida de Valencia, algunos en algunas madrugadas de desvelo ya nos vemos andando por los pasillos del otro mundo, pidiendo que el pedrusco sideral venga y se nos lleve.
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