Corren tiempos muy difíciles para casi todos, aunque muchos prefieran autoengañarse con el espejismo sanchista de «hemos salido más fuertes», y especialmente se muestran adversos ... para la gente de la cultura cuya actividad en mala medida se gestiona desde Desgracia, la ciudad en que transcurre 'Mi corazón visto desde el espacio', de Alejandro Cuevas, ese gran novelista que padece el infortunio de haber irrumpido en el mundo literario cuando solo hay sitio para los 'best seller'.
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Y es que la cultura languidece en Desgracia y sus dominios en manos de un grupo de amiguetes que, habiéndose auto propagandeados profetas y redentores, únicamente apuntan a sepultureros, aunque eso sí, están encantados de haber pillado a tiempo el carnet de la facción política conveniente y se muestran francamente decididos a llevar a cabo lo contrario de cuanto prometieron. A fin de cuentas ellos se rigen por aquello que Pablo de Tarso escribió a los corintios: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos», entendiendo por morir el perecer políticamente y por comer y beber el reparto de prebendas. Caramba, la que están perpetrando.
Donde bastaba con un cargo, ahora hay dos. Entiéndase, dos afines al círculo de «los transparentes mentales» de Desgracia. Lean la novela de Alejandro Cuevas e identificarán los usos culturales del nuevo clan de Pezuña, gente que se adentró por la casa donde se asa la manteca metiendo la honestidad (intelectual) por la puerta para arrojarla por la venta de atrás en cuanto llegaron a los despachos. Ni una idea.
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