Llegan las fiestas y toda la ciudad amanece expectante. Otro septiembre más para celebrarlo. En Valladolid no existe la depresión postvacacional. Empieza una de las ... ferias más particulares del año, esa en la que uno no se disfraza, ni celebra el éxito de la vendimia. Cansados de las vacaciones, después de editar ya todos sus álbumes, los asistentes van de conciertos y casetas sin pulserita luminiscente y lucen moreno sin presumir de ello.
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Se viene a pasarlo bien, sin estridencias ni sobresaltos. No es tiempo de «salir en los informativos por algo distinto a la estricta noticia del hecho festivo». Y lo dice el alcalde, como el profesor a los alumnos antes de salir del autobús de la excursión mientras le arrollan hacia la puerta.
Conviene reírse. Por eso los pregoneros son cinco cómicos vallisoletanos. Se espera que descarguen su artillería más ligera sobre el escenario, explorando con sátira las novedades de la ciudad.
Será curioso ver cómo encajan los chistes los presentes. Porque el pucelano de toda la vida, el ptv d El Norte de Castilla, sabe que el humor fino se lleva por dentro. Y no lo suelta hasta el segundo vinillo.
Puede que entonces le haga más gracia resbalarse con la monda de un plátano. ¡Otro récord Guinness, Óscar! Mientras no sea en urgencias… Hasta puede que empiecen a encontrarle sentido a la factura municipal. Las fiestas más caras de la historia y no tienen ni un cartel a la altura de los de Geache o Ito. Menos mal que habrá venido «lo mejor de lo mejor» para que, entre tintos y claretes, asomen las sonrisas socarronas en los labios. Visto con ironía, todo podría quedar como una ofrenda a la Virgen de los Aguadores.
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