Ciudad sin ley
La Ciudad de la Justicia no hará honor a su nombre si, tal y como se suceden últimamente los acontecimientos, las leyes y su final aplicación en asuntos de alta política rinden su virtud a la permanencia de un Gobierno concreto
Sin ser ninguna de las dos una ciencia exacta, sin poder asegurar un resultado cuando se recibe un encargo, una misión, una finalidad, lo cierto ... es que mientras la Medicina está imperiosamente ligada a los medios técnicos y materiales que se pongan a su disposición, la Justicia necesita para colmar su propuesta básico un elemento inmaterial: la Ley. Que habrá, para llamarse como tal justa, de nacer con la cabal y desinteresada motivación de promover una sociedad de ciudadanos tratados por igual, con respeto de sus derechos inalienables y con la posibilidad de exigir el cumplimiento de la legalidad para quien intente quebrantarla.
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Sí, una justicia lenta es menos justicia. Claro. Incluso puede quedar abocado un fallo favorable a una incorregible frustración de las expectativas de quien ha conseguido un pronunciamiento que reconoce sus pretensiones. Aunque siempre le dirán que pudo intentar el azaroso camino de unas medidas cautelares…
Días atrás hemos conocido, a grandes rasgos, el proyecto, que algún día se hará realidad, de la Ciudad (o aldea) de la Justicia que emergerá en la vallisoletana plaza de San Pablo. El proyecto ganador, desvelado a través de diversas infografías, y que, entiendo que con excesivo optimismo, se prevé ejecutado en 2029, muestra una arquitectura equilibrada, esbelta, de clara verticalidad en sus huecos, con una moderna elegancia que marida a la perfección, sin imposturas historicistas, en el entorno de una ciudad de evocaciones imperiales, con la estatua potente y vigorosa de un Felipe II que mira a la iglesia de San Pablo y al palacio de Pimentel.
Pero la Ciudad de la Justicia no hará honor a su nombre por mucho diseño exquisito que muestre, por mucha funcionalidad que ofrezca, si, tal y como se suceden últimamente los acontecimientos, las normas, las leyes, y su final aplicación en asuntos de alta política, rinden su virtud a la permanencia de un Gobierno concreto y a salvar el pellejo de autoridades de alto rango. Si sirve a intereses concretos.
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Aunque en ese espacio administrativo se van a ventilar asuntos domésticos, disputas de lo cotidiano, discrepancias relativamente comunes, el actual panorama legislativo muestra una tendencia en la que se implementan mecanismos impregnados de ideologías sujetas a modas y postureo de beneficencia y cesiones que traicionan la buena fe y la seguridad jurídica. Normas de epígrafes rimbombantes y efectos nefastos. Políticos y procesales.
La Ley es la verdadera casa de la Justicia. Y, por ahora, anda secuestrada. Quizá pueda ser liberada, si no la encuentra antes el fiscal general del sanchismo. A él le mola más una Ciudad sin Ley.
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