El problema catalán causa fatiga, hastío, pereza, galbana, desidia, agotamiento, desgana y flojera. Al menos a mí. La conveniencia o no de los indultos del Gobierno a los políticos condenados ... es una cuestión menor. Tampoco es tan grave si estos se burlan de ellos. Por algo se dice que es una medida 'de gracia'. Importa poco si la 'concordia' es lo que la inspira o, por el contrario, se debe al peaje que paga un presidente apoyado en fuerzas de extrema izquierda, nacionalistas, separatistas y filoetarras. Todo cobra sentido cuando se puede titular a toda página con una frase del presidente Pedro Sánchez diciendo perogrulladas: «No habrá referéndum de autodeterminación. Nunca, jamás». ¿Pero acaso había dudas? ¿Las tienen Aragonès y Rufián? El segundo le propinó al jefe del Ejecutivo un guantazo dialéctico de los de campeonato, cuando le recordó, el muy canalla, que en su día Sánchez también había negado los indultos que ahora ha concedido. Hay razones para los indultos. Es verdad que poquitas, muy discutibles y voluntaristas. Pero son razones que yo defendería si, más que para solucionar el problema catalán, cuya salida nadie es capaz de vislumbrar ni a corto ni a largo plazo, sirvieran para desplazarlo a un segundo plano por una larga temporada. Para que la atención de nuestra dirigencia política, y ahora también empresarial y eclesiástica, se enfocara en otros problemas. Se me ocurren muchos muy importantes, que afectan a la vida de muchísima más gente que lo de Cataluña. Quiero decir, que lo que sea, hasta la agenda 2030, con tal de que dejen de dar la tabarra con Junqueras, Puigdemont y compañía.
Como expresaba hace poco el catedrático de Historia de la Pompeu Fabra Josep Maria Fradera, uno de los principales pecados de este nacionalismo catalán es su insaciable «narcisismo hiperbólico»… El tío los tiene calados. Porque es abrumadora la pericia que demuestran para hacernos dar vueltas una y otra vez al mismo árbol. O sea, al ombligo del catalanismo. Y sin avance alguno. Ese es el problema de Sánchez y el PSOE, no los indultos: que el problema de Cataluña no acabará nunca. Sus protagonistas son como los malos columnistas, que a cada poco te castigan con un artículo sobre el vértigo del folio en blanco y otras angustias y memeces pseudo literarias que solo tapan parcialmente la incapacidad de construir una columna interesante. Yoísmo de garrafón. Harta que este país siga rehén de un conflicto que se ha convertido en un muro de granito contra el que cada día nos empotramos cogiendo carrerilla desde mayor distancia. Tan rocoso que no pocas veces me hago la siguiente pregunta: si para quienes provocan el problema, los separatistas, todo pasa por que Cataluña deje de ser una parte de España y eso choca de frente contra una Constitución, la nuestra, casi blindada en ese aspecto, ¿habría que hacerse a la idea de que no hay solución y que hay que aprender a convivir con este conflicto muchos años? Aún diría más. ¿Habría que expresar incluso cierto deseo de que no se alcance ninguna solución, toda vez que esta se cobraría carísima y sin duda a cuenta de las costillas de aquellos, castellanos, andaluces, aragoneses, madrileños, con los que el secesionismo supremacista catalán no quiere compartir lengua, Estado, Justicia, futuro ni selección de fútbol?
Los indultos le han servido al Gobierno para crear la falsa sensación de que el problema se va a ir resolviendo por cauces dialogados, generosos, viables… Yo, sin embargo, pienso que, si bien es difícil plantear una alternativa, como le reprochan al PP y su supuesta inacción, ello no significa que los indultos sean automáticamente la única posible ni, por descontado, la mejor. Entre otras cosas porque el separatismo catalán tiene ahora muchos más argumentos, banderas y estandartes que antes –en concreto nueve presos indultados– para convencer a más ciudadanos de que separarse de España, bueno o malo, beneficio o ruina, es un objetivo posible. Y deseable.
Resumiendo, que el problema de Cataluña cansa como una vaca en brazos cuando uno lo observa desde la distancia que da Valladolid. No imagino cuánto debe cansar a esa mitad de la población de aquella comunidad que, desde posturas constitucionalistas, no particularmente en el lado rico y desahogado del conflicto, convive con él bajo un mismo cielo. Desde hace décadas. En el bar, el ascensor, el trabajo, la peluquería, en la cola para vacunarse, en los informativos de la tele, la radio, la grada de un estadio, la reunión de padres del colegio… Debe ser extenuante.
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