El trabajo, ¿es salud?
«En un país donde trabaja únicamente el 68% de las personas, cabría preguntarse cuántos trabajadores y cuántos que no lo son están incluidos en ese tercio de trastornados»
Dicen los que saben que el gran problema de nuestro tiempo es la salud mental. El último informe de AXA sobre Salud y Bienestar Mental, ... de 2024, seguramente el más concienzudo de cuantos circulan, nos dice que al menos uno de cada tres españoles (un 34%) 'reconoce' que tiene algún trastorno. Los encuestados admiten abiertamente su deterioro, aunque no citan entre los fenómenos ambientales causantes del mismo ni a Pedro Sánchez ni a Isabel Díaz Ayuso. Ni siquiera a María Jesús Montero. Tampoco aclaran si a favor o en contra de su salud mental actúan otros factores en teoría jocosos y estimulantes, como los gestitos de Donald Trump, las declaraciones de Gabriel Rufián o los episodios y pormenores del caso Koldo-Ábalos, ejemplo señero de la gran sátira española. Nada explica el informe de estas cuestiones.
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A más a más, y en contra de lo que pudiera pensarse en tiempos donde el edadismo hace estragos entre los que pasan de los cuarenta, el informe de Situación de 2023 de la Confederación de Salud Mental de España avisa de que entre 5 y 6 de cada 10 jóvenes, en edades comprendidas entre los 18 y los 34 años, manifiestan haber experimentado malestar en algún momento de su vida con respecto a su salud mental, fundamentalmente ansiedad y/o depresión. A lo que se suma un informe del Ministerio de Sanidad que asegura que cerca de un 18% de los jóvenes mayores de 15 años, en una comunidad como Castilla y León, pueden desarrollar en el futuro problemas de salud mental. Imagino que ya los están experimentando.
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Con estas mimbres, el Gobierno quiere ahora que los trastornos mentales se traten como enfermedad profesional. Es decir, que el estrés o la depresión de los trabajadores se consideren patologías originadas por el propio desarrollo de su actividad profesional, más allá del ambiente en el que vivan. Y de los costes laborales por incapacidad que generen a sus empresas. En un país donde trabaja únicamente el 68% de las personas, cabría preguntarse cuántos trabajadores y cuántos que no lo son están incluidos en ese tercio de trastornados. O cuántos jóvenes están deprimidos o estresados porque trabajan y cuántos lo están por no trabajar.
Hasta hace bien poco, el paro estaba considerado como uno de los mayores motivos de depresión entre las personas en edad de trabajar o de merecer. Ahora parece claro sobre todo que trabajar estresa, deprime y causa ansiedad. Trastorna, en definitiva. Así que los trabajadores tendremos que acostumbrarnos a ejercer nuestra actividad con trastorno y sufrimiento. Y las empresas, siguiendo al algoritmo, tendrán que pensar como poco en cinco trabajadores para cubrir cada tres puestos de trabajo. A no ser que contraten robots no suficientemente humanizados como para darse de baja en cuanto los terminen de dar de alta.
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Es difícil saber si la generación de nuestros abuelos, que trabajaban en las minas, en las obras o en los campos de sol a sol, estaba más trastornada que la nuestra. Debió ser que sí, ya que se entregaron a una guerra fratricida que convirtió el estrés, la ansiedad y la depresión en odio y sangre. Pero parece que sus biznietos han conseguido por fin ser infelices sin necesidad de matarse, simplemente trabajando. Algunos lo llaman evolución. Otros nos acordamos de los romanos, que eran muy listos, e imagino que igual de depresivos que nosotros con la cosa laboral, y que llevaron a la etimología de la palabra trabajo el 'tripalium', un modo de tortura consistente en la crucifixión con tres palos, en lugar de con dos. ¿Qué estaban locos esos romanos? Ya lo decía Obélix. Por ese camino vamos nosotros también, mientras los bárbaros siguen haciendo de las suyas, no sabemos si más oprimidos o más deprimidos que nosotros.
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