Mientras en el mundo Donald Trump, el pacificador, lucha denodadamente por extender las guerras de Europa y Oriente Medio al mar Caribe, en casa el ... reinventado vigía de Occidente, el simpar Pedro Sánchez, vive días amargos, entre la felonía de los propios y el desdén, por no decir la hiperclorhidria, de los ajenos. No son momentos fáciles para ninguno de los dos, pero quizás para el español la cosa se adivina todavía más negra: los que antes iban «junts» ahora quieren ir «separats» (y «fins i tot confrontats»), aunque solo sea de cara a un teatrillo parlamentario que no da descanso.
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Con todo, lo que verdaderamente ha vuelto a enrarecer el rostro del monclovita, con las muecas del compungimiento, han sido las últimas noticias alrededor de lo que hasta hace bien poco era su círculo más íntimo, y ahora parece ser el nido de indignidad más grande que jamás se conoció alrededor de un alto líder. Empezando por el que fue su fiel escudero en los primeros años de gobierno, ese Ábalos en quien depositó su plena «confianza política», a pesar de que era (hoy lo sigue siendo más) «un gran desconocido». Un traidor que ahora se dedica, de manera incompresible, a lanzar bulos y mentiras sobre su implicación en la trama de corrupción que investigan los tribunales. «Hipótesis», por fortuna, que habrán de tener mucho menos arraigo entre los jueces que aquellos «indicios» que, sin prueba alguna, terminaron apartando de su cargo al fiscal general del Estado. Otro extraño en desgracia, en su día persona de absoluta seguridad, sobre el que todavía no ha renegado públicamente.
Continuando, en línea directa, con el sucesor del primero, Santos Cerdán, ese «buen socialista», «gran secretario de Organización» y, sobre todo «negociador muy eficaz», que gozó de «toda» su confianza, hasta que el secretario general (o sea, el presidente) se dio cuenta de que también le era alguien ajeno, hasta el punto de reconocer que nunca debería haber confiado en él. Y terminando, al menos esta semana (ya veremos después del puente), con el simpático y sin embargo harto salaz Paco Salazar, de nuevo hombre de confianza y asimismo perfecto desconocido del presidente. Por lo menos en su modo y manera de conducirse con las mujeres de su entorno, que es el entorno de la asesoría directa del presidente (o sea, del secretario general). No sé si Cerdán, que durante un tiempo fue su compañero de piso, llegaría a conocer en lo personal el modo de comportarse de Salazar con las féminas. Ni si Salazar estaría al corriente de lo mismo, incluido el lenocinio, por parte de Ábalos. Ni si en algún momento alguien fue capaz de advertirle al presidente-secretario general de la alegre pandilla de desconocidos de la que estaba rodeado.
Le pasó a Felipe III, al que le engañaron y le desconocieron el duque de Lerma, el de Uceda y el orgulloso don Rodrigo Calderón, como canta el conde de Villamediana en sus sátiras, recordando que también Dios «murió entre ladrones», y celebrando que el rey se mantuviera todavía en su trono «a pesar dellos». Y le ocurrió también al noble general Franco, que siempre tuvo a su alrededor culpables de cosas horribles, que las malas lenguas le achacaban a él mismo, lo que le obligó mandar siempre desde El Pardo, pero sin meterse en política.
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Mirándole a los ojos a través de la pantalla del televisor, la verdad es que a mí el presidente, por no decir el secretario general, me deja plenamente convencido de su desvalimiento frente a sus validos. Sánchez no es un corrupto. Quizás un ingenuo e incluso un verdadero inútil, por qué no decirlo, a la hora de rodearse de pícaros, traidores, calaveras, androcentristas, putrefactos e indignos. Pobre caudillo bueno, tan roto y tan rodeado de malas personas… De tan perfectos desconocidos.
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