Bar cerrado en la provincia de León. Efe

'Brindemos'

«Hace tiempo que se mira a los hosteleros como si el diablo habitara en el interior de sus cuerpos. Ni es justo, ni es merecido. La hostelería siempre ha sido todo lo contrario, encuentro, alegría, un mundo de sensaciones que alivian el alma y enriquecen el cuerpo»

J. Calvo

León

Lunes, 9 de noviembre 2020, 07:48

Brindemos antes de que lo prohíban'. La leyenda, con un cuerpo de letra monumental, figura sobre la fachada de un conocido local de restauración de ... León capital. Y no es una invitación al pecado, aunque lo podría parecer. Más bien es una desesperada llamada ante la situación creada en un sector moribundo: la hostelería.

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Hace tiempo que se mira a los hosteleros como si el diablo habitara en el interior de sus cuerpos. Ni es justo, ni es merecido. La hostelería siempre ha sido todo lo contrario, encuentro, alegría, un mundo de sensaciones que alivian el alma y enriquecen el cuerpo. El cielo, en realidad. Así ha sido siempre, y así debería seguir.

No, la hostelería no es la culpable de la actual ola de contagios. Los responsables seremos todos porque todos, con nuestra irresponsabilidad, hemos alimentado al virus. Si acaso los hosteleros son un ejemplo, un ejemplo de cómo reordenar un negocio, extremar la limpieza, crear monodosis donde parecía imposible y diseñar entornos seguros pese a la mayor o menor afluencia de público.

Resulta difícil de fijar, con certeza, un criterio que determine la imposibilidad de abrir un bar o un restaurante por el riesgo que eso conlleva y sin embargo justifique que no conlleva riesgo alguno utilizar el transporte público.

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Cada día me desplazo al trabajo en los buses urbanos de León. La 'línea 13' tiene una concurrencia digamos que normal, como los autobuses que dan servicio en la hermana 'línea 11'. Pero la '12' es un hervidero. En esa línea, al mediodía, se viaja codo con codo, la mayoría jóvenes adolescentes. En todas se habla con normalidad con el móvil y de tarde en tarde, eso es cierto, el conductor abre las ventanillas. Un alivio.

Supongo que algo tiene el bus que no tienen los bares y ese 'algo' lo hace tan inmune al virus que tiene una especie de 'sello de calidad para el viajero. He llegado a pensar que la clave se encuentra en el hecho de que el bus circula a velocidad media por las calles de la ciudad y el SARS-CoV-2 es mucho más lento y no alcanza a pillar a los que viajamos en su interior.

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Luego el problema no es el aforo de los bares, sino que éstos no tienen ruedas. Un bar con ruedas, a la misma velocidad que los urbanos de León, sería sobre el papel un escenario de seguridad en la lucha contra el coronavirus.

No se abren los bares pero sí se puede volar en un avión. Sí, repleto y cerrado, pero se supone más seguro. Otro dilema. ¿Si los bares volaran también serían lo suficientemente seguros y podrían ofrecer la carta a sus clientes sin contratiempo alguno?

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No es el único dislate que se aprecia en la 'renueva' normalidad. No se puede acudir a un pabellón de deportes para ver un partido a cubierto. No se puede porque allí puede estar el virus al acecho. Sin embargo sí se puede ir al teatro o cualquier otro acto en un auditorio. Curioso, no.

Lo narrado no es un efecto de la 'fatiga pandémica', esa sensación de apatía, agravada por un proceso de desmotivación y multiplicada por el agotamiento mental que produce la pandemia. Lo narrado es la evidencia de lo chocante que es la anormal normalidad en la que todos, juntos y de la mano, nos hemos metido.

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Los bares serán una parte de la ecuación, sin duda, pero no la clave para que la misma sea resuelta. La calle, la que pisamos cada día, tiene hoy un hartazgo descomunal y eso tiene mucho más que ver con un país desgobernado, que camina en 17 direcciones diferentes, que con el peligro de la barra de un bar.

Y ante todo esto 'brindemos, brindemos antes de que lo prohíban'. No queda otra.

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