'Blackwood' y las panderetas
«Pocos pasajes hay en la Biblia tan crudos como el libro de los Jueces»
Cuenta el Antiguo Testamento que Jefté, hijo de Galaad, juez de Israel, emprendió una guerra contra los amonitas. La batalla era compleja, en inferioridad numérica. ... Pero Dios estaba de parte de los israelitas, y en contra de los paganos y pérfidos amonitas, que adoraban a Baal y a Astaroth. Para conseguir la masacre que tanto ansiaba, Jefté le prometió a Dios una ofrenda de sangre: «Cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto». Jefté, pillo y ventajista, sabía que su perro era siempre el primero en trotar hasta el camino. Así que consiguió la ayuda divina y la deseada masacre. Cuando regresó al hogar, sin embargo, se encontró una sorpresa: era su única hija la que que salía a su encuentro. Y la tuvo que matar.
Pocos pasajes hay en la Biblia tan crudos como este del libro de los Jueces. Esquilo nos contará de nuevo la historia en Agamenón, que sacrificará a Ifigenia para obtener vientos propicios. Y ahora, veinticinco siglos después, nos la cuenta, camuflada en un relato gótico juvenil, Rodrigo Cortés. El cual, no importa la edad, debería ver, aprovechando que esta semana estará disponible en todas las plataformas digitales.
Cuando vi por primera vez 'Blackwood', recibí tres valiosas lecciones. La primera, nunca hay que apostar contra la tenacidad de Rodrigo Cortés. La segunda, que es posible crear una obra maestra del cine partiendo de un material, que a priori, parece menor. La tercera, tan necesaria en nuestros tiempos de Twitter y Facebook: los juicios rápidos y categóricos conducen al abismo.
En 'Blackwood', Rodrigo Cortés ha rodado una obra magnífica, intemporal e imprescindible. Es, sin duda, su mejor película hasta la fecha, y eso es decir mucho para alguien que encerró a Ryan Reynolds en una caja con un mechero durante 95 minutos. Cinco adolescentes problemáticas se ven obligadas a acogerse a un programa experimental de enseñanza impartido por la enigmática Madame Duret (Uma Thurman) en el internado Blackwood. Pronto empiezan a mostrar talentos singulares que no sabían que poseían, y a tener extraños sueños, visiones, lagunas de memoria. Cuando la frontera entre realidad y sueño comienza a hacerse demasiado difusa, todas comprenden al fin el motivo por el que han sido llamadas a Blackwood.
La fotografía de Jarin Blaschke es sublime, la música de Victor Reyes es magistral, pero todo eso no importa, al final. Lo importante es que a Rodrigo Cortés le pidieron una película de terror para adolescentes y entregó una cinta excepcional en la que les habla a ellos, sin moralejas con una fuerza arrolladora acerca del esfuerzo, de la belleza y de la importancia de la mirada.
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