El asedio
«Ángela Merkel ha sido muy clara afirmando que esta crisis es la situación más grave para Alemania desde la Segunda Guerra Mundial»
Las ciudades antiguas se protegían con murallas, en previsión de posibles conflictos bélicos que pudieran desembocar en un asedio enemigo; llegado el caso la población ... se refugiaba intramuros y la ciudad se cerraba. Los asedios solo tenían dos salidas: la conquista de la ciudad por el atacante o el desistimiento de este, por acuerdo de paz o abandono por derrota. Los atacantes pensaban en asedios cortos y los asediados los temían largos. Durante ese tiempo podían surgir efectos internos, como revueltas, desabastecimiento o, el más temido, la aparición de enfermedades infecciosas… problemas que repercutían en la moral de los defensores y eran efecto deseado por los sitiadores.
La artillería dejó obsoletas las murallas y cambió la forma de las ciudades que se abrieron al territorio, demoliendo viejas murallas, total o parcialmente, y aprovechando sus mampuestos y sillerías. Hemos tenido que llegar al siglo XXI para ver, de nuevo, cómo vuelven a cerrarse pueblos, ciudades, comunidades y países. Siglos después de la desaparición de las murallas, reaparece el confinamiento sin fecha final: el asedio.
El Covid-19 es el virus causante de tan insospechado retroceso histórico, pues por su facilidad de contagio, se ha convertido en la primera pandemia de extensión global y simultánea. Marx afirmó que la historia se produce dos veces, la primera como drama y la segunda como farsa, así perfeccionaba una frase de Hegel, pero ninguno de los dos era experto en medicina, así que en los casos de epidemias hay lugar para muchos dramas, pero no para la farsa. Es evidente que la humanidad tiene conocimientos médicos muy superiores a los de épocas pasadas, por ello sorprende que se recurra a viejas estrategias de aislamiento: cuarentenas y confinamientos. De momento, en espera de vacunas y tratamientos precisos, no hay otras alternativas y es preciso ganar tiempo.
La situación se vuelve más frustrante en las sociedades más avanzadas, que no pueden entender la vulnerabilidad de su sistema de vida, por un incidente natural aleatorio en una sociedad desarrollada con potentes herramientas de conocimiento en áreas de salud, medicina, farmacología, biotecnología, sanidad..., pero resulta que faltan suministros básicos como máscarillas, trajes de aislamiento o, algo más complicado, respiradores necesarios para superar la fase de neumonía. Respecto al posible colapso hospitalario por la irrupción de pacientes, lo razonable es interferir lo menos posible en la gestión de los hospitales y, como hizo China, ingresar en ellos solo a pacientes graves, y al resto mayoritario en centros de emergencia, que van desde hospitales sin uso a hoteles, sin actividad y con tipología fácilmente reutilizable.
Ángela Merkel ha sido muy clara afirmando que esta crisis es la situación más grave para Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Su afirmación puede extenderse a todo el planeta y, como problema global, necesita respuesta global que parte de reconocer la extraña situación de asedio que se vive. Se trata de una «guerra blanca», con víctimas pero sin sangre aunque igual de dañina, y con un enemigo invisible que nos confina, aunque no esté más allá de unas murallas, sino dentro de la cotidianidad de nuestras vidas. El panorama solo variará cuando exista una respuesta médica real, medicamentos operativos y vacunas pero, aunque se trabaja contra reloj, no se adivina el plazo.
La actividad económica sufre un frenazo desconocido por su profundidad y globalidad, de modo que debe pretenderse la mayor actividad posible, sin arriesgar vidas, pero el teletrabajo es una opción limitada dentro del mundo de los servicios; deben mantenerse actividades agropecuarias, la producción de energía, la industria debe aportar productos claves (empezando por mascarillas) y las administraciones deben mantener capacidad de gestión de servicios esenciales, empezando por los sanitarios. A pesar de ello las caídas globales del PIB pueden ser brutales y simultáneas con la necesaria movilización de recursos; la crisis se superará, pero nada volverá a ser igual después de ella.
Tan grave situación anima la acción especulativa, los inevitables 'buitres', lo que hace precisa la coordinación de los gobiernos. El presidente Sánchez había anunciado la movilización de 200.000 millones de euros (60% público y 40% privado)… No estaba nada claro de dónde podían salir y la prima de riesgo indicó su poca fiabilidad. Por fortuna, la UE ha anunciado un plan de 750.000 millones de euros para comprar deuda de los países en crisis, para así facilitar sus medidas de estímulo y evitar la exposición especulativa.
La unidad y solidaridad de los ciudadanos es clave para afrontar una situación tan compleja, como apuntó el rey Felipe VI en su necesario mensaje. Pero es un empeño nada fácil cuando hay sectores políticos que ven oportunidad para erosionar el sistema, aunque participan del poder que cuestionan; incluso, como en la crisis económica anterior, el independentismo catalán culpabiliza la acción del Estado por el Covid-19; es otro tipo de 'especuladores ideológicos' que, ajenos a la gravedad global del problema y la preocupación de los ciudadanos, trabajan para enfrentarlos. Son herederos de la tradición cainita española que creíamos superada y es creciente; la historia muestra que pueden ser tan dañinos como el Covid-19 y esperan que el asedio rinda sus frutos.
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