Ir al circo es voluntario; otra cosa es que te veas enjaulado en uno. Quien haya hecho una incursión informativa durante estos días aciagos se ... habrá retrotraído al imperio oscuro de la Sección Femenina franquista. Promovían la natalidad sumisa y, sin alternativas, brindaban la ligadura de trompas como método anticonceptivo y de posesión. Un entramado hediondo en el que las mujeres apenas eran un útero multimedia, y cuyo aleccionamiento constituyó una herramienta más del régimen. Anulado holísticamente su criterio, fueron subyugadas, y su eco aún cala en el ideario de las nuevas generaciones.
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«La gente tiene ganas de Castilla y León», dijo Mañueco durante su momento estelar en Fitur. Articular un buen eslogan entraña dificultad. Algunos hubiesen defendido el «le tiene ganas a», pero no afloró el instante eureka. Tendría lógica si promoviésemos una gira en torno al neopleistoceno en el que estamos sumidos, pero convengamos que la gente hace tiempo que cae de pie, y no le satisfaría que los visitantes acudieran a contemplar el zoo de alcanfor en el que pretenden convertir a esta comunidad autónoma, apalancada en todos los sentidos.
Ser como la Hungría de Orbán es un escenario al que aspiran otros, eludiendo el ecosistema del que forma parte el conjunto de España. Castilla y León se declara leal a no sé qué y, salvo que prevalezca el saltimbanquismo, no atisbo esa fidelidad. 'Juan' Frings Mayer, abuelo de García-Gallardo, abandonó una Alemania en plena reconstrucción moral, incómoda para él tras la II Guerra Mundial. Franco lo bendijo y le otorgó la nacionalidad. Convertirse en ciudadano de un país no lleva implícito adoptar sus costumbres, pero sí surfear sobre ciertas reglas. El actual Frings las enfanga. Un lastre prescindible.
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