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Sesión plenaria extraordinaria en el Congreso de los Diputados. EP
Dados rodando

Políticos sin mácula

«Ser ministro, diputado, alcalde o presidente de Comunidad es hoy un ejercicio de alto riesgo»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 29 de julio 2025, 07:01

Siempre hemos sabido que para dedicarse al, pese a todo, noble oficio de la política es menester presentar un currículum intachable, al tiempo de comprobable ... y, sobre todo, cierto. Algo que resulta de perogrullo pero que resulta inevitable recordar en estos tiempos de postureo y autoexaltación de la formación espuria de cada cual. Si para ser diputado no es necesario, aunque si recomendable, exhibir la culminación de unos estudios de grado superior, parece una osadía apuntarse dobles grados y cursos exotéricos cuando apenas se ha acabado el bachillerato.

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También conviene, cuando se afirma que uno es doctor, acreditar una tesis escrita personalmente, sin ayuda de la inteligencia artificial ni el «corta y pega» de algunos papeles oficiales. Un trabajo que pase con holgura la prueba del Turnitín y el Copyleaks para no provocar el bochorno de quien se adorna con tal grado académico. Además, resulta necesario no haber tenido ningún comportamiento reprobable desde la niñez hasta la toma de posesión del cargo. El no haber abonado una multa de tráfico es tan grave como un video casero de juventud en Ibiza en estado de dipsomanía. Lo mismo ocurre si se hizo un 'simpa' durante el Erasmus o se aceptó la invitación a comer de un empresario de la construcción, por muy honrado que éste sea.

La rectitud en la vida personal incluye no haber mantenido 'affaires' fuera del matrimonio, no haber realizado comentarios inapropiados con alguien del sexo contrario, o del mismo sexo, y, por supuesto, no asistir a un concierto de Coldplay con nadie que no sea la santa esposa o el santo marido. Los designios de las 'kiss cam' pueden ser demoledoramente terribles. Resulta crucial, de igual modo, no contar con amigos de juventud que luego hayan torcido su carrera personal acabando en los juzgados o directamente en la cárcel, ni haber contratado servicios con ninguna empresa que veinte años después de aquella relación haya sido objeto de una investigación por malas prácticas.

Ser ministro, diputado, alcalde o presidente de Comunidad es hoy un ejercicio de alto riesgo en el que se exige comportarse como la mujer del César. Hay que ser honesto, obviamente, y parecerlo sin interrupción. Los servicios de investigación de los partidos políticos tienen gente dedicada a escrutar sin piedad las biografías de los adversarios y toda supuesta irregularidad, por nimia que esta sea, se convierte en preciada munición para el 'y tú, más', aunque esto sea, en el fondo, a lo único que se dedican PSOE y PP últimamente. Ya no basta con presentarse ante los ciudadanos como una formación intachable, sino que ahora vale con hacerlo como menos corrupta que la competencia electoral. Se trata de un ejercicio curioso y abyecto al que nuestros responsable públicos se han entregado con fruición para intentar no sólo machacar al contrario, sino contrapesar la propia basura interna.

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Un político es alguien sospechoso por definición. Si en un restaurante encarga consomé y un pescado a la plancha, sabe que eso puede traducirse como una «comilona» en los medios cercanos a sus rivales. Ha de tener por seguro que se publicará la cuenta y que, aunque lo pague de su bolsillo, tiene prohibido acercase a cien metros de una marisquería. Tampoco puede viajar en primera clase ni veranear en un hotel de cinco estrellas. El populismo que vivimos determina que todo aquel cargo público que no sea pobre de solemnidad es eventual reo de suspicacias y recelos por parte de la opinión pública y, por supuesto, de la opinión publicada. Ejemplos hay y así están las cosas en este bendito país.

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