Tu hijo, de Interrail
«En poco tiempo descubrirán el amor, el desamor, la amistad duradera, la traición, la decepción y todo aquello que constituye el material del que está hecha la existencia»
Lo cantaba Serrat en los setenta y, de golpe, te ha explotado en la cara. Tu niño hasta ayer, tu niña, esa personita a la ... que manejabas a tu antojo y hacía siempre, lo que querías, ese apéndice que constituía la prolongación de ti misma y a la que llevabas sin problema a los sitios que decidías, se ha hecho mayor de pronto y, desde hace unas horas, viaja por Europa con sus amigos en esa experiencia llamada Interrail que constituye todo un rito iniciático después de aprobar la PAU y antes de ingresar en la universidad.
Lo de Joan Manuel, ¿recuerdas? era: «¿Qué va a ser de ti lejos de casa?» y te aseguro que ellos y ellas, a la hora en la que lees estas líneas, no echan de menos el hogar habitual porque están descubriendo la libertad con sus asombradas y recién estrenadas vidas juveniles. Acaban de abandonar la adolescencia y se sienten mayores, muy mayores. Deambulan por Amsterdam, Berlín, Split, Praga, Atenas o Budapest, solos, con la única y deseada compañía de sus colegas. Es probable que antes ya hayan estado allí en viajes familiares que ahora se les antojan limitados y propios de la niñez. Cómo no va a ser así cuando viven, por primera vez, una estrenada libertad en la que no tienen que rendir cuentas a sus padres y pueden hacer lo que se les antoje. Cuesta, ya lo sé, pero tienes que entenderlos porque si tú hubieras tenido la oportunidad, habrías hecho lo mismo. Exactamente igual.
Segundo de bachillerato es el curso que traza la frontera entre una vida familiar y pegada a los padres y otra en la que todo está por suceder. Una etapa marcada por el temor a la prueba de acceso a la universidad en la que piensan más en su Interrail que en en el examen que habrá de dibujar sus destinos profesionales y personales. Acaban de iniciar tres semanas plenas de nuevas experiencias y solo con un poco de suerte te enviaran fotos o te harán llegar pruebas de vida. Se creen independientes y libres, piensan que son adultos sin saber que todo, absolutamente todo, está por ocurrirles. En poco tiempo descubrirán el amor, el desamor, la amistad duradera, la traición, la decepción y todo aquello que constituye el material del que está hecha la existencia. No te preocupes porque van a ser conscientes, como en el poema de Gil de Biedma, de que la vida iba en serio, aunque ahora traten de conjurar su incierto futuro entre risas de compañeros, cervezas, copas, discotecas y nuevos paisajes que incorporar a sus recién inauguradas vidas propias.
Como decían nuestros mayores, es ley de vida. Educamos a los hijos para que tengan un buen futuro, tratamos de inculcarles valores, guías de comportamiento, les damos consejos, les ofrecemos lo mejor de nuestra experiencia, pero sabemos que son ellos y solo ellos quienes tienen la llave de un porvenir que preocupa a los padres más que a nadie. Por eso miras el whatsapp cada noche, o quizá a cada rato, para saber dónde están. Y por eso contemplas su habitación vacía sintiendo una punzada en el estómago y otra peor en el corazón. Pero no queda otra que aceptar su libertad y saber que el camino iniciado es ineluctable. Nuevamente Serrat, con su sabiduría vital, nos da la respuesta: «Nada ni nadie puede impedir que sufran. Que las agujas avancen en en el reloj. Que decidan por ellos, que se equivoquen. Que crezcan y que un dia nos digan adiós». Erasmus es el siguiente capítulo.
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