Los tiempos de la política no son los de los humanos. Son tiempos marcados por un cronómetro con hiperactividad, en los que colisionan el vértigo ... de los continuos periodos preelectorales con la parsimonia de la burocracia. Y esa colisión, en una administración como la de un ayuntamiento, se traduce así: el primer año que llegas al cargo tratas de orientarte, el segundo licitas tus proyectos estrella, el tercero ejecutas y el cuarto inauguras justo a tiempo para que lleguen las elecciones, mientras vas prometiendo lo que harás en los cuatro años siguientes.
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Jesús Julio Carnero, alcalde de Valladolid, lleva ya 18 de esos 48 meses consumidos. Esto quiere decir que le quedan seis meses, seis, breves como seis victorinos acelerados bajando la Estafeta, para licitar alguna de las ideas con las que concurrió a las elecciones. Es difícil revalidar una alcaldía con el borrado de unos cuantos carriles bus y la sustitución de un carril bici por otro carril bici. De momento, la tesorería municipal y los fondos europeos han servido para empezar las obras de proyectos heredados. En ese caso, a cada ladrillo puesto, minipunto para el PSOE y Toma la Palabra, que sacan pecho.
Cualquiera de las grandes obras prometidas por el regidor, incluso algunas de las más pequeñas, precisa de unos tiempos de licitación, contratación y ejecución que se van más allá de los dos años a poco que la cosa se complique. Y las elecciones municipales, en este caso, sí tienen fecha: mayo de 2027. Con un agravante. En 2026, como tarde, Alfonso Fernández Mañueco convocará elecciones autonómicas. Y necesita el efecto arrastre de Valladolid para no pasar apuros en las urnas. De nuevo, aquí, la colisión de los paradójicos tiempos políticos.
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